Desde la ciudad olvidada

José Manuel / Moreno / Arana

El otro Santiago

LA visión del interior de la iglesia de Santiago deja una sensación contradictoria. A su feliz recuperación se enfrentan diferentes sentimientos. El más quisquilloso conocedor de su historia no puede ser ajeno a esa irremediable impresión de belleza falsificada, creada artificialmente a base de mutilaciones y de reconstrucciones ideales. Para otros entendidos, no menos exigentes, ante su desangelado aspecto vacío, las emociones pueden transitar de la indiferencia a la indignación. Los que creemos que un templo histórico es algo más que un techo y un altar nos cuesta entender esta apertura adelantada e incompleta y ansiamos ver ese "otro Santiago". Pero no ya el irrecuperable Santiago barroco que perdimos hace un siglo, sino simplemente aquél que conocimos antes del cierre: el de sus esculturas y pinturas. Una colección artística escasa, menguada, tal vez no extraordinaria pero sí digna de no ser relegada. Al margen de las muy retocadas tallas de origen dieciochesco del Cristo de las Almas y la Virgen de la Paz o el alabastro gótico inglés con el relieve del Calvario, únicas piezas presentes en la actualidad, se echan de menos el San José de Jacome Vacaro, el también barroco San Cristóbal, la interesante pareja de lienzos de la misma época sobre la vida de David, la tabla de "La Ascensión" de finales del quinientos… todas ellas necesitadas, desde luego, de una cuidadosa restauración y, por tanto, de una labor que hay que reconocer lenta y costosa. Sin embargo, más inquietante es la ausencia de los ya citados aquí evangelistas de la capilla del sagrario y, sobre todo, de las pinturas del retablo del siglo XVII que cobijaba a la imagen del Prendimiento, algunas de las cuales fueron robadas hace varios años y, por desgracia, no han vuelto a ser recuperadas.

Quizás sólo nos quede esperar pero nunca debemos olvidar ni ignorar.

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