Desde la ciudad olvidada

José Manuel / Moreno / Arana

La piel del Mudéjar

DETRÁS de la cal está la vida aletargada, el color, con toda su carga expresiva y estética. Es la sutil piel de la arquitectura, oculta tras un disfraz burdo que, pese a todo, ha preservado sin quererlo la esencia de ciertos edificios. Una autenticidad distorsionada por los gustos modernos, entre los que priman ideas como la sobriedad y la consecuente desnudez del material constructivo. Es decir, planteamientos que chocan con la mentalidad de esa remota sociedad que los levantó y que sí valoraba el poder suntuoso del color y veía en las pinturas murales el natural acabado de muros y cubiertas. Como ocurrirá en otros periodos posteriores, el estilo Mudéjar que florece en Jerez en torno a la primera mitad del siglo XV participa de esa forma de concebir los interiores de casas e iglesias. Esta genuina fusión de elementos góticos e islámicos con frecuencia se asocia con descarnadas paredes y bóvedas, levantadas con humildes ladrillos o sillares labrados en la porosa piedra de la zona; materiales que, sin embargo, era también necesario cubrir por razones de protección. Es la realidad en la que hay que entender complementos como los azulejos, las yeserías y, sobre todo, las pinturas. De ornamentaciones de cerámica y yeso quedan algunos restos descontextualizados pero de decoraciones pictóricas sí nos han llegado milagrosamente algunos interesantes ejemplos in situ. Dos de ellos están de actualidad: uno por estar a punto de concluir su recuperación, la capilla de la Jura de San Juan; y otro, la capilla bautismal de San Mateo, por su reciente descubrimiento en las páginas de este periódico, gracias a Fernando López Vargas-Machuca y José María Guerrero Vega, cuyos estudios sobre el Mudéjar jerezano deben ser el punto de partida para la revaloración de estas pinturas y, en el caso de San Mateo, para su necesaria restauración.

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