Un día en la vida

manuel Barea /

Cenizas

EL mundo, aparte de lo que creemos saber y de lo que nos cuentan para hacernos una idea con la que intentar domeñarlo e ir tirando dentro de él sobreponiéndonos al aturdimiento y la perturbación que pueda provocarnos, aparte de un lugar en el que ocurren cosas tan normales como el auge y caída de un hombre al frente de un partido político, es ese sitio en el que alguien es capaz de gastarse 40.000 euros en las cenizas de la loca de Truman Capote. Por ejemplo. ¿Y con qué intención? Para llevarlas de fiesta. Quien ha comprado en una subasta al calcinado autor de Desayuno en Tifanny's argumenta que eso era lo que deseaba el escritor para su eternidad: ir de un sarao a una farra y terminar en un desfase. De manera que así lo hará, y cargará con la vasija de las cenizas de Capote de una juerga a otra. (Mientras a ningún festero le dé por hacer con ellas lo que cuenta Keith Richards que hizo con las de su padre...)

Con cosas como esta recuerdo lo que escribió Arthur Koestler en Diálogo con la muerte. Un testamento español sobre su cautiverio en Málaga en 1937 en manos de los fascistas: "Debe ser muy duro para los muertos cuando los vivos piensan en ellos".

Y así estaba yo hace unos días en una reunión de trabajo en la que me bombardearon con la palabra tanatorio. Pensé si no había otro ejemplo con el que explicar el asunto: no sé, el número de vidas salvadas gracias a los trasplantes, una playa o una fábrica de cerveza. Pero quien quiera que fuese optó por el tanatorio, y ahí estaba esa palabra, reverberando como un tañido seco. En fin, que me acostumbré a su inefable presencia de la misma manera que se hace con las campanadas a medianoche y me dije que eso nos iguala a todos, que el tanatorio es, al fin y al cabo, el lugar en el que vamos a acabar -sin excepción- los que estábamos en la sala aunque de momento ocupemos nuestro lugar en el mundo, un día arriba y otro abajo, como el jefe de ese partido político infestado de pirómanos que ya es pura fosfatina.

Bueno, ya nos avisaron: polvo somos y en polvo nos convertiremos. Como Capote, como el partido y su jefe y todos sus dirigentes, militantes y votantes y los que no lo son. Lo que ya hagan con sus cenizas allá cada cual. En mi caso, bajo ningún concepto pediré que me espolvoreen sobre el césped del estadio de mi equipo, como ha hecho alguno que otro. Que después hay días en los que viendo a los jugadores se oye en la grada decir: "Aquí huele a muerto".

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