Un día en la vida

manuel Barea /

La prueba

SOBRE la puerta, en un recuadro azul con letras blancas se lee MAMOGRAFÍA, y a la izquierda hay un rótulo blanco sobre fondo rojo que dice Programa de Detección Precoz. La mujer está dentro. El hombre está fuera sentado en una silla de plástico de una hilera de seis clavadas a la pared, para que nadie pueda moverlas ni un milímetro. Todo está lleno de carteles de Salida de Emergencia, Despacho Médico, Se Ruega Silencio, Zona Vigilada Riesgo de Irradiación Externa, Prohibido Fumar en Todo el Hospital, Prohibido el Paso a Toda Persona Ajena al Servicio de RX, Papeles Azules Depositen las Peticiones de Radiografías en el Buzón Gracias. La mujer sale de la habitación de la puerta con el rótulo de MAMOGRAFÍA y se sienta al lado del hombre.

-Ahora me llamarán -dice-. Me han hecho preguntas para una ficha.

No hay nadie más en la sala, sólo la pareja. Delante tienen otra fila de seis sillas clavadas al suelo, para que tampoco puedan moverse. Los dos permanecen en silencio. El hombre vuelve a leer todos los carteles, como ha hecho durante el rato que ha estado solo. No pasan muchos minutos hasta que una enfermera sale por la puerta en la que pone Prohibido el Paso a Toda Persona Ajena al Servicio de RX y entra en la habitación en la que ha estado la mujer, la del cartel azul con la palabra MAMOGRAFÍA. Enseguida vuelve a salir y le dice a ella que tiene que pasar otra vez.

-¿Prefieres esperar fuera? -le pregunta a él.

Sí, él prefiere estar fuera, incluso lejos, no quiere estar ahí, sentado en una silla clavada a la pared leyendo todos esos carteles, pero le responde que no, que ha ido a acompañarla y que la espera donde está. Ella se levanta y va hacia la misma puerta de antes, la enfermera le cede el paso, él la sigue todo el tiempo con la mirada, hasta que las dos mujeres se pierden dentro. El hombre se queda solo, pensando que al otro lado de la puerta con el letrero de MAMOGRAFÍA nada más que hay mujeres. Aunque eso no sea cierto -o sí, no lo sabrá nunca, no le preguntará a ella cuando salga-, él lo cree así: doctoras, enfermeras y pacientes. Incansables y tenaces y frágiles y sensibles escrutando en su naturaleza y sus transformaciones, en los vaivenes de su cuerpo, previniéndose contra cualquier posible agresión en un lugar del que cada mañana el calor de unas manos disipan su atmósfera de asepsia glacial, templando el frío de los cristales y las máquinas y en el que, sin necesidad de ningún cartel, impiden la entrada al desaliento.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios