Juan A. Moreno Arana

El Juego de la Pelota

La ciudad de la historia

HACIA 1629 el convento de San Juan de Dios llevará al banquillo de la Real Chancillería de Granada a los caballeros Fernando de Zurita, Pedro de Hinojosa, Sancho Malvaseda y Ávila y Agustín Mauricio de Villavicencio. La denuncia, "haber introducido en la calle del dicho convento el juego de la pelota". Grave debía de ser el asunto cuando llegaba a tan altas instancias. En efecto, lo era; este juego iba más allá de la pura y simple distracción: en él se mezclaban el dinero de las apuestas con la siempre morbosa escenificación de las ancestrales banderías de los nobles locales.

Los partidos retumbarían en toda la ciudad. La concurrencia a ellos sería tumultuosa. Y el enfado de los religiosos mayúsculo.

Pero comencemos explicando en qué consistía este Juego de la Pelota.

A principios del siglo XVII, el humanista sevillano Rodrigo Caro nos describe en sus Días Geniales o Lúdicros un juego de pelota estilado por esta Baja Andalucía que guarda muchas semejanzas con el tenis actual. Sus peculiaridades eran el uso de palas de madera en vez de raquetas y la demarcación del terreno de juego de cada uno de los contrincantes con una línea en el suelo en vez de red. No obstante, existían variadas modalidades: con raqueta, con la mano, distintos número de jugadores, con cuerda o red, al exterior o en un recinto cerrado, golpeando la pelota contra una pared, o distintas formas de puntuación.

Caro destaca el carácter noble de este deporte. En efecto, en Jerez la documentación lo muestra siempre vinculado a este estamento. Es más, como dijimos, muy posiblemente sería apéndice -hasta ahora inédito- de los Juegos de Cañas; los famosos torneos ecuestres -magistralmente estudiados por Hipólito Sancho- en que había derivado la sangrienta rivalidad entre las facciones de los Dávilas y los Villavicencios. Los apellidos de los caballeros denunciados por los "hermanos de la capacha", no dejan, en este sentido, de ser sugerentes: Hinojosa jugaría al lado de Villavicencio contra Zurita y Ávila.

La disolución en 1600 de ambas cuadrillas de los juegos de cañas, por mandato de la justicia real, convertiría una actividad lúdica-festiva de menor entidad y lucimiento, más propia de nobles venidos a menos, como era el juego de pelota, en teatro de las parcialidades de los linajes jerezanos.

Con la pelota, al igual que con las cañas, los jóvenes de la nobleza se preparaban físicamente para cumplir con su deber con la guerra. Autores como el médico jienense Cristóbal Méndez y su libro sobre el Ejercicio corporal y sus provechos (1553), Campomanes en su Discurso sobre la educación popular (1775) o el citado Caro, apoyándose en Galeno, alaban sus virtudes para la mejora de las cualidades físicas y la salud. Curiosamente, este fue el argumento presentado al Ayuntamiento en 1594 por los vecinos de la Plazuela de los Palominos (entorno del actual colegio Luis Vives) con el que justificaban la retirada de su denuncia, hecha efectiva por el Alcalde Mayor, para la prohibición del juego que existía junto a sus casas por las molestias que les causaba el gentío que, encaramado en la barbacana, allí se reunía. "Habemos entendido que es de mucho fruto para el ejercicio de los caballeros mozos", decían. No sabemos si convencidos u obligados, pero ahora rogaban que la pelota se ejercitase de nuevo.

El mercado de apuestas que generaba los partidos, que favorecería los desmanes que sufrían los vecinos, manifiesta su existencia en la legislación que al respecto fue dictada por los monarcas españoles. La Novísima Recopilación (1806) recoge leyes de 1528, 1553 y 1575 que prohibían jugar "a crédito, ni a fiado", o apostar más de 30 ducados. La pragmática de 1575 muestra un verdadero negocio alrededor del juego: "asimismo no pueda cobrar derechos ni intereses alguno de ello el que fuere dueño del juego ni el juez de pelota".

Volvamos al pleito iniciado por los hermanos de San Juan de Dios. El tribunal regio de Granada atenderá la denuncia: en 1633, tras ser informado del fallo judicial, el corregidor de la ciudad prohibirá jugar junto a la iglesia de San Sebastián y al Hospital de la Candelaria. Los religiosos y sus enfermos podían ya rezar y descansar tranquilos. Los "caballeros mozos" debían buscar otro espacio urbano donde divertirse en sus ratos de ocio. No se marcharán muy lejos para encontrarlo.

En 1668, "los caballeros que acostumbran el juego de la pelota en el llano de San Sebastián" solicitarán al cabildo municipal, a través del veinticuatro y alcaide de los alcázares reales, Lorenzo Fernández de Villavicencio, la licencia para "aderezar el sitio del juego echándole suelo y lo demás que fuese necesario para ello".

El entorno del Llano de San Sebastián (actual Alameda Cristina) fue, durante estos siglos, al igual que el de la plaza de Palominos junto a las arboledas de Picadueñas -nombre que nos evoca el Prado madrileño de El Buscón de Quevedo- un lugar para el esparcimiento.

Pero para jugar a la pelota se necesitaba unas instalaciones. En el caso de la plazuela de Palominos parece que se usaba las estructuras de la muralla. En el del Llano se acondicionará un lugar ex profeso.

Viniendo de quien venía la solicitud, los nobles que dirigían los designios de la Ciudad, no podían negarse. Muchos de ellos disfrutarían de los partidos. No obstante, dejaban una advertencia y aviso a navegantes: el sitio era de "uso público de ella (la ciudad) sin que los padres de San Juan de Dios, ni de San Juan de Letrán ni otra persona alguna o comunidad" alegasen derecho sobre él. Y como dominio público, recordaban su potestad para suprimir el juego cuando se juzgase oportuno. Los capitulares no querían más polémicas y así lo acordaron.

Fco. Antonio García Romero

Coordinadores/Centro de Estudios Históricos Jerezanos www.cehj.org

Eugenio J. Vega Geán

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