crónicas de la discapacidad | la superación personal

Esperando a que alguien los descubra

  • En Cádiz, San Fernando, Algeciras y Jerez, cuatro jóvenes con discapacidad, preparados y desempleados, luchan a contracorriente en busca de un trabajo, de un sitio Sus historias son como un antídoto contra el desánimo

Estaba sentada en el muro del paseo marítimo, en Cádiz, junto al hotel Playa. Entonces se echó hacia atrás, perdió el equilibrio y cayó a la playa. No hay una altura considerable, nada hacía sospechar que la cosa fuese grave. Ni ella misma lo pensó cuando de repente se vio en la arena. "Es que ni siquiera me quedé inconsciente", explica al recordar aquella caída tan tonta que hace casi cinco años le cambió la vida. El caso es que María Luisa notó, allí en la playa, que no se podía mover. Pero no le dio importancia, se dijo que se habría roto una pierna o algo así. Ni mucho menos acertó a imaginar que ese accidente tan nimio, tan aparentemente intrascendente, iba a provocarle una lesión medular.

María Luisa Iglesia Chaves, de 25 años de edad, evoca el episodio en una terraza de la plaza del Rey de San Fernando, la localidad en la que reside. Ha apartado una silla para situarse en su lado de la mesa con la suya propia, con la silla de ruedas que usa para desplazarse. Cuando se cayó a la playa estudiaba tercero de carrera en la Universidad de Cádiz. Estaba matriculada en una doble licenciatura: Ciencias del Mar y Ciencias Ambientales. No volvió a caminar desde aquello. Pero acabó sus estudios, ahora es licenciada y mientras busca trabajo, acude a la Escuela de Idiomas, donde avanza con el inglés y también con el francés.

María Luisa no conoce a José Manuel, que vive en Algeciras. Ni a Pedro, de Jerez. Y tampoco a Francisco, que reside en Cádiz. No los conoce pero comparte con ellos varias cosas y dos son muy importantes en sus vidas: los cuatro son jóvenes con una discapacidad y los cuatro tienen una disposición para afrontar dificultades y para seguir adelante que contrasta con el desánimo con el que se expresa mucha gente de su edad.

Muchos jóvenes se lamentan porque tienen que emigrar si quieren encontrar un empleo. Y ahí está María Luisa, que no puede ni plantearse ahora trabajar en otro país o simplemente lejos de su casa. Compañeros que acabaron la carrera cuando la terminó ella se han ido al extranjero a trabajar. Mientras no pueda comprarse un coche, ella ni siquiera tiene posibilidad de optar a un puesto de trabajo al que no llegue por medio del transporte público o con ayuda de otra persona. De ahí que en sus sueños inmediatos compartan lugar primordial dos deseos: tener un empleo y tener un coche. Uno lleva al otro y ambos llevan a cada uno.

Si una ventaja tiene María Luisa es que ya ha comprobado que hay sueños que se cumplen por difíciles que se presenten. El accidente la postró en el hospital cuatro meses y medio pero, contra todo pronóstico planteado desde el natural desaliento que provoca verse en una situación como la que estaba viviendo, continuó estudiando. "Es lo último que quería dejar", dice al recordar cómo el accidente no frenó su carrera y consiguió terminar otros tres cursos al tiempo que sus compañeros.

Hasta alcanzar esa primera meta, la familia tuvo que cambiar de casa, a un domicilio adaptado. Y ella compaginó estudios con la rehabilitación, en la que continúa. Con esfuerzo, con dedicación, María Luisa logró también desembarazarse del corsé que antes se veía obligada a llevar y ganó movilidad. Luego vinieron unas prácticas en el centro de visitantes del Parque Natural Bahía de Cádiz. Y ahora vendrán otras en una empresa de acuicultura de El Puerto, donde espera comprobar si le atrae esa especialidad y entonces apuntarse a un máster.

La vida avanza. Ha esquiado en Sierra Nevada con una silla adaptada y ha disfrutado en una piragua. Hace más deporte que antes de la caída. Y su mente también ha cambiado: "Ahora valoro cosas a las que antes no daba tanta importancia, no le doy tanta importancia a otras y aprovecho más las oportunidades que tengo".

Es una filosofía de vida que transmite también el algecireño José Manuel Corrales Castilla, de 31 años de edad. Una mala práctica en el parto marcó su vida con una parálisis cerebral que le resta movilidad. "Pero mis padres me educaron en la normalidad. Fui siempre a un colegio público ordinario, en La Piñera, no a un centro especializado. Desde los diez años usaba en clase un ordenador. En mí no cabía la distinción con mis compañeros", relata en una terraza del centro de Algeciras, cerca del mercado.

No fue hasta muchos años más tarde, tras el paso por el instituto y ya terminada la carrera, licenciado en Filología Hispánica por la UNED, cuando este joven que lee a Saramago, a Cortázar, a Borges y a Muñoz Molina se topó con la que no duda en calificar como una de las experiencias más traumáticas de su vida. En busca de un empleo, José Manuel se presentó a las oposiciones para profesor de instituto y allí le esperaba la falta de sentido común aliada con el absurdo. No le permitían hacer la prueba con un portátil. Tenía que escribir a mano.

Como él no puede hacerlo, le pidió al presidente del tribunal que le dejase usar el ordenador y que después él se encargaría de presentar las alegaciones pertinentes. La respuesta fue drástica: escribía a mano o debía abandonar la prueba.

José Manuel no se amilanó. Presentó un recurso contencioso administrativo y lo ganó. Le dieron la razón. Tenían que haberle permitido usar el portátil.

Por eso volvió a presentarse a las oposiciones en 2010, aunque no sin antes pelear de nuevo con la Consejería de Educación porque pese a la sentencia, pese a lo ocurrido antes, le denegaban usar un portátil para hacer la prueba escrita.

José Manuel buscó ayuda, recurrió a Fegadi, la Federación Gaditana de Personas con Discapacidad Física y Orgánica de Cádiz, y logró que le dejaran presentarse. Pero suspendió la prueba oral. Tiene dificultades con el habla y el tribunal argumentó que no habían entendido su exposición, que no sabían si lo que había dicho era correcto o no.

José Manuel dice que ese suspenso lo entiende, que aunque es fácil demostrar que con los medios que hay hoy él es capaz de enseñar, de dar clase, comprende mejor esa negativa que la anterior. En 2012 se presentó de nuevo a las oposiciones pero fueron impugnadas por el Gobierno central y por tercera vez le salió al paso un muro infranqueable.

Lo intentará de nuevo este año. Con menos ilusión, pero no se rinde. Su sueño es enseñar literatura y tratará de cumplirlo. Entretanto continúa formándose: ha hecho un máster de enseñanza del español en la UNED y cursa otro de Comunicación y Educación. Comprometido con el voluntariado, estuvo en Fegadi y el año pasado creó con otras personas la asociación Apropadis 2.0. "El colectivo de discapacitados no termina de creerse que necesita formarse, que es el camino. No llegan a un 3% los estudiantes universitarios con discapacidad. La mayor limitación que tenemos es la interna", reflexiona José Manuel, que ha conseguido trabajar unos meses, haciendo prácticas virtuales, en el departamento de comunicación interna de Repsol. "Voy compaginando opciones. Intento llamar a todas las puertas que puedo".

Esa máxima la practica también el gaditano Francisco Javier Fuentes Martínez, de 31 años, cuya vocación es cuidar a personas que necesitan ayuda. Sin embargo, ante la dificultad para encontrar un empleo vinculado con su especialidad profesional, busca también trabajo en otras áreas. Francisco padece una discapacidad relacionada con la epilepsia. En 2008 terminó en el instituto Cornelio Balbo un ciclo formativo de grado medio: se tituló como técnico sociosanitario, lo que antes se denominaba auxiliar de geriatría.

"Tengo una tía que tiene una discapacidad. Me he criado en ese mundo, en el de ayudar a las personas que quieren salir adelante, que lo merecen y que necesitan ayuda. Son muy agradecidas y eso a mí me llena", dice Francisco en la hemeroteca de Diario de Cádiz, un lugar que ya conocía y que le evoca una visita escolar.

Francisco hizo prácticas en Upace, en San Fernando. En dos ocasiones; y en una de ellas, remuneradas. Pero su salida al mercado laboral coincidió con la crisis, que ha desbordado las cifras de paro y que está creando una amplia bolsa de empleo precario y mal pagado. De modo que no consigue trabajar en lo que le gusta. Aunque ejerce de voluntario y permanece así cerca de esas personas a las que le encanta ayudar.

Vocal de la junta directiva de la Asociación Gaditana de Discapacidad (Agadi), Francisco acude a la sede casi todos los días a partir de las seis de la tarde. Allí se encarga de resolver asuntos de oficina y también de prestar atención a cualquier persona que necesite algo. La asociación contaba en 2011 con unos 400 socios. Pero hubo un incremento de la cuota (a tres euros al mes) y desde entonces el número de socios no ha dejado de descender. Ahora son 250. Cosas de la crisis, dice Francisco: "Nada más subir la cuota, se dieron de baja 50".

Francisco se declara "bastante pesimista" cuando piensa en el futuro laboral, en poder cumplir su sueño de verse independiente y con un empleo en condiciones. Sin embargo, se expresa con optimismo, con lo que viene a mostrar que transita por una zona de equilibrio personal. Dice que no se arrepiente de haber estudiado para técnico sociosanitario pese a que no acaba de salir un trabajo. Y remata: "No me arrepiento porque es lo que me gusta. Y la esperanza no la pierdo nunca".

Eso es lo que intenta transmitir en sus charlas sobre búsqueda de empleo el jerezano Pedro Adrián González Sánchez. Que no hay que perder la esperanza. Él es un perseverante nato. Un joven con innegables dotes para la orientación ocupacional a quien le gusta trabajar con el colectivo de personas con discapacidad.

"Yo no digo que pienso que valgo. Digo que valgo. Y eso no es echarse flores, es ser positivo. A ti lo que te falta es que venga un empresario y te descubra, me dice un profesor. Eso es, que me descubran", dice Pedro, de 24 años, con problemas de movilidad a causa de una complicación en el parto, al que casi no sobrevive. "Me bautizaron dos veces. La primera en el hospital, porque creían que no salía adelante", relata mientras tomamos un zumo y un café junto al Carrefour sur de Jerez.

Como José Manuel, de Algeciras, Pedro no fue educado en un colegio especial. Ni siquiera recuerda que le dijesen nunca que tenía una discapacidad.

Estudió en La Salle Mundo Nuevo y luego se embarcó en un ciclo medio de administrativo. Pero pronto comenzó a colaborar en el colegio en el trabajo con niños con discapacidad y más pronto descubrió que lo que realmente le atraía era orientar a otros. Así que hizo prácticas en Leroy Merlin y otras actividades pero cuando supo que existía un módulo de grado superior de Integración Social se propuso hacerlo y no paró hasta superar la prueba de acceso. Las prácticas del módulo le llevaron al departamento de orientación del colegio La Salle Buen Pastor. A los alumnos de los cursos de Secundaria les dio una charla que él tituló Mi vida en la discapacidad.

Pedro se ha convertido en un comunicador que logra enganchar a su público. ¿Tú eres igual que quien está a tu lado?, le pregunta a un chaval. Le responde que sí, que son iguales. Entonces él le lleva la contraria y les hace razonar a todos: "No, tú no eres igual que tu compañero, tú eres rubio y él es moreno".

Pedro lleva a los chavales a reflexionar. Y al poco comienzan a hablarle de familiares suyos con alguna discapacidad. "No habían caído en que la tenían tan cerca, que les era tan familiar".

También el sueño de Pedro es encontrar un empleo. Trabajar como integrador social en un centro cívico, en un colegio, en una asociación, en una fundación... Pero tal como les ocurre a María Luisa, a José Manuel y a Francisco, le está resultando difícil cumplir su deseo de ser independiente, de ganarse la vida con su trabajo. Y eso que muchos piensan que no es así, que las personas con discapacidad parten con cierta ventaja.

Los incentivos existen, claro. Como la obligación para las empresas de contratar a un porcentaje de personas con discapacidad. "Pero la realidad es que hasta hace un tiempo, muchas empresas preferían pagar sanciones antes que molestarse en proporcionar empleo a alguien con una discapacidad", apunta José Manuel. Pedro dice que ha tenido que escuchar más de una vez: con lo fácil que lo tenéis vosotros, con los incentivos que tienen los empresarios para contrataros. "Me lo ha dicho mucha gente. Y yo les respondo: ponte un mes en mi piel, a ver si dices eso".

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