La polémica de los procesos concursales

La deuda imposible

  • El hundimiento de Jale durante siete años de proceso concursal ha hecho caer empresarios como fichas de dominó. Gabriel Amador es uno de ellos.

Gabriel Amador no ha visto tres millones de euros juntos en su vida, pero ese es el dinero que, calcula, le debe a los bancos. No lo sabe con certeza, ni le importa, porque no piensa ni puede pagarlo. No quiere agobiarse y que le pase como a Matías o a Rafael, subcontratistas como él del grupo inmobiliario y hotelero Jale, que se quitaron la vida acuciados por unas deudas contraídas por que a ellos no les pagaban. Eso fue lo que le sucedió a Gabriel.

Lo que realmente debía Gabriel a los bancos era 1.400.000 euros, una cantidad parecida a la que le debía Jale a él cuando el propietario de la firma, José Antonio López Esteras, acudió en 2008 al concurso de acreedores. Acudió a ese concurso para pagar las deudas a gente como Gabriel, que le había hecho rerformas en el hotel Monasterio, en el hotel Incosol, que había construido sus viviendas... Siete años después los únicos acreedores de Jale que han cobrado han sido los bancos, las consultoras y los administradores concursales que con su gestión han hecho que Jale pasara de estar valoradas en 700 millones a que, en la actualidad, esté prácticamente valorada en cero. El resto, proveedores y contratistas, empresarios todos con sus trabajadores, no han visto un euro. La mayoría de ellos ya no son empresarios y sus trabajadores están en las listas del paro.

De modo que Gabriel no pudo pagar el principal a los bancos porque no le pagaban a él. Vendió una finca que tenía en Orense y se lo entregó al banco. Vendió un terreno que compró en Panamá y que supuso una buena operación (compró a cuatro dólares el metro cuadrado y dos años después lo vendió a cinco) y se lo entregó al banco. Pero era un pozo sin fondo. Daba igual lo que pagara porque la deuda crecía exponencialmente por los intereses. Así fue cómo de deber 1.400.000 euros pasó a deber casi el doble.

Gabriel no puede tener cuentas bancarias, no puede pedir becas para sus dos hijos universitarios, no puede presentar la declaración de la renta porque no tiene nada que declarar, no tendrá pensión... el sistema lo ha sacado del sistema. Tenía cien trabajadores a su cargo. Todos se hundieron con Jale.

En 2007 Gabriel tenía una empresa, Ergamasa, con la que había facturado siete millones de euros. Era solvente, los bancos se lo rifaban para financiarle. Su perfil es el del empresario hecho a sí mismo. Había sido un mal estudiante, por lo que desde muy joven se puso a trabajar en el campo de su padre, en Los Palacios. Vio oportunidad en la construcción y con los hermanos montó una pequeña empresa que fue creciendo. Aprendía rápido y era bueno. Le empezaron a caer trabajos y se asentó como una subcontrata de confianza de López Esteras. También trabajó para Nueva Rumasa, que le dejó colgados 70 millones de pesetas de finales de los 90m por los arrreglos en algunos de sus hoteles. López Esteras le ayudó a salir del bache. Es por eso que no le importaba trabajar a cuenta para Jale. Siempre le pagaba.

En 2008 López Esteras le comunicó que estaba en dificultades, que iba a ir al concurso de acreedores para poder pagarle lo que le debía, que esperaba que todo se solucionara pronto. Fue el principio del fin de Jale y de Ergamasa. Al mismo tiempo, otras empresas para las que trabajaba siguieron el mismo camino de Jale, dejándole pagarés y pagarés. Según iba pasando el tiempo, sin que nadie le diera información desde los juzgados sobre su dinero, decidió hipotecar su casa en Los Palacios, que ya tenía pagada, y saldó su deuda con sus trabajadores. A continuación, dio de baja a la empresa.

Dando a España y a su burbuja estallada por imposible, el empresario quiso seguir siéndolo. Con un socio montó una empresa en Marruecos dedicada a las exportación de frutas y hortalizas. Durante cinco años vivió en Agadir, lejos de su familia. Recuerda que se le hizo duro, pero la empresa funcionaba y tenía para ir quitándose deudas y para que sus hijos salieran adelante. Hace dos años el importador de frutas, uno de los principales mayoristas de Mercasevilla, le comunicó que entraba en concurso de acreedores. Otra vez la misma historia. Se vino de Agadir y, durante tres meses, entró en barrena. "Me fui al desierto", dice para explicar esos días en los que se dedicó a reflexionar qué era lo que había pasado, cómo era posible que sin haber parado de trabajar, y trabajar bien, durante toda su vida, de ser un empresario dinámico que había creado empleo, se viera en la ruina, como un apestado para todos esos bancos que antes le buscaban.

Y decidió renacer, aprender de nuevo. Pensó en un negocio en el que no le volvieran a dejar colgado. Talleres, coches. Esa sería la solución. No sabía nada de coches. En sus buenos tiempos el único capricho que se había dado era comprarse un Mercedes y eso era cuanto sabía de mecánica, cómo funcionaba un Mercedes. Pero los coches tenían una ventaja. Alguien te trae el coche arreglar y si no paga no se lo lleva; alguien quiere comprar un coche de segunda mano y si no paga no se lo lleva. Se buscó un socio que figurara como propietario del taller, ya que él no puede ser propietario de nada, se puso un sueldo de 800 euros mensuales, que es lo máximo que puede cobrar para evitar el embargo. Partiendo de cero, con cuatro trabajadores, se hizo un artista de la chapa y la pintura, aunque dice que "si te tengo que cambiar un embrague también te lo cambio. No hay nada imposible, todo se puede aprender".

Todo se puede aprender menos entender un sistema pensado para salvar a las empresas, la ley concursal, que está siendo la tumba de muchas de ellas. Pese a ello, pese a no entender nada, quiso pelear. Gabriel empezó a levantar teléfonos y a ponerse en contacto con otros empresarios que estaban en su misma situación en el caso Jale. Juntos formaron una asociación y fueron a por lo que es suyo. Escribieron cartas al rey, a Rajoy, a Susana Díaz... Presentaron demandas contra la juez concursal, contra los administradores concursales, todos los que durante siete años les habían despreciado, todos los que le daban con la puerta en las narices. Y se personaron ante el nuevo juez de lo mercantil, que les dijo que no les podía reconocer como acreedores, ya que Jale no debía dinero a la asociación, sino a los asociados. No se arredraron. Hicieron una vaquita y compraron una pequeña deuda de Jale. Ahora la asociación también es acreedora de Jale. Gabriel exhibe su primera pequeña victoria: un escrito del fiscal del TSJA por el cual se abren diligencias. Es una pequeña esperanza después de siete años viviendo en la quiebra y un homenaje a los que no aguantaron, a los que esta crisis les quitó la vida.

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