Las intervenciones de la medicina se justifican siempre por el beneficio que aportan para solucionar o prevenir un problema de salud. Pero en el maremagnum de las decisiones clínicas a gran escala que está detrás de todo presupuesto en un sistema sanitario, hay que justificar más cosas. Un estudio publicado esta semana en The Lancet Psychiatry, aporta argumentos sólidos para aumentar las inversiones en servicios de salud mental en todos los países, independientemente de su nivel de ingresos. "Es la economía, estúpido", aquella frase que en los noventa protagonizó la política en Estados Unidos, parece ser recogida en este estudio, que ha sido impulsado por la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial.

Entre sus conclusiones destaca un dato: cada euroinvertido en la ampliación del tratamiento de la depresión y la ansiedad se amortiza cuatro veces en la mejora de la salud y la capacidad de trabajo de la población.

El trabajo calcula los costes y los resultados sanitarios en 36 países de ingresos bajos, medios y altos en los 15 años que van de 2016 a 2030. Los costes estimados de la ampliación del tratamiento, principalmente el asesoramiento psicosocial y los medicamentos antidepresivos, se elevan a 147.000 millones de dolares. Sin embargo, los beneficios superan ampliamente los costos. Se calcula que la mejora de la participación y la productividad laboral en un 5% supone un beneficio de 399.000 millones, y la mejora de la salud otros 310.000 millones.

Aunque estas mega cifras sean mareantes, desde ambas instituciones creen que las inversiones actuales en servicios de salud mental son muy inferiores a lo necesario. Según la encuesta para el Atlas de Salud Mental de la OMS 2014, los gobiernos gastan por término medio un 3% de sus presupuestos sanitarios en salud mental, cifra que oscila entre menos de un 1% en los países de ingresos bajos y un 5% en los de ingresos altos.