La crónica de Compañía · José Galván, 'Maestría'

La transición de Galván

Más de tres décadas después todo sigue intacto. Todo sigue donde lo dejó. Algo más cansado, ligeramente molesto por enfrentarse, a su edad, a un examen a horas intempestivas, pero con las mismas ganas de comerse las tablas, de ganarse al respetable con ramalazos de puro duende. José Galván ha vuelto a los escenarios con Maestría y, con él, vuelven a verse esas formas añejas de llenar el espacio escénico con sólo alzar un brazo, con un marcaje a cámara lenta que subraya todos y cada uno de los acentos.

Con un leve giro de cabeza que mueve el mundo. Sin estridencias. Con los pies juntitos y derrochando elegancia en las escobillas, en cada quiebro. El patriarca de la academia del barrio sevillano de San José Obrero atesora esa sobriedad y rigurosidad al encarar los lances y, al tiempo, es poseedor de una pasmosa habilidad para conectar; para, en definitiva, provocar eso que actualmente suena tan difuso y lejano: la capacidad de trans-mi-tir.

En La Compañía, que colgó el ‘no hay localidades’ en la madrugada de ayer ante la enorme expectación generada, Galván propuso un planteamiento de una coherencia formal y estilística de los que vemos muy de tarde en tarde. Ni siquiera con él fuera de foco el montaje decayó. En los cambios, sus tres bailaoras, modeladas con cincel de maestro clásico y renacentista, mantuvieron el nivel de la propuesta y ofrecieron tres números a los que sumaron su incursión en el jaleoso fin de fiesta.

De esos movimientos, cantiñas y martinetes sobresalieron por su alto grado de preparación y dificultad técnica. Más si cabe, teniendo en cuenta las reducidas dimensiones de la caja escénica, lo que obligó sin ir más lejos a ejecutar con precisión cirujana los aires de Cádiz, que bailaron a tres con las respectivas batas de cola y mantones. Momentos de postal, de elegante tipismo, que antecedieron a la entrada de José Galván, primero para bailar soleá por bulerías, y más tarde para ofrecer un quejumbroso número por seguiriyas.

En todo momento estuvo bien escoltado por cante y toque, pese a que esperábamos mucho más de Rafael Rodríguez ‘El Cabeza’, un músico integral que decidió que justo ese día no era su momento. En su lugar, emergieron de las sombras las armonías de Carmelo Picón, quien se raspó un solo de órdago en el que ofreció pasajes de Levante y trémolos de fantasía. También estuvo Ulrich ‘El rizos’, a quien fue un placer ver con su toque sobre el escenario tras compartir alguna que otra noche de Colmao en ediciones anteriores de la muestra jerezana.

Bajo los ecos de las soleares de la Moreno y el redoble de campanas Galván apareció cual retrato en sepia, daguerrotípico, con su chaqueta agarrada y al servicio de los cánones del baile, como si nos estuviera en todo momento advirtiendo: ‘Así se baila’. Pero sin pedantería. Con la naturalidad y la gallardía inherente de quien no quiere ser quien no es, ni quien debía de ser. Bailó Galván mucho y bien, pese a que se dejó por el camino la farruca por aquello de la mala hora en la que tenía programada su actuación en Jerez.

Pese a todo, sorprendió contemplarle tan ágil a sus sesenta y pocas primaveras, con su barriguita ‘cruzcampera’ y enfilando como un chaval el cierre de la seguiriya, donde regaló un solo de pies que bien pudo valer todo el espectáculo. Ahí se agitó como un torrente, como un volcán en erupción, como un niño con botas nuevas que empieza a despuntar.

La transición de José Galván comenzó casi con el final del franquismo, momento desde el que permaneció varado en su academia, con su esposa, en tradición familiar; y concluye ahora, en el momento justo para no abandonar nunca más el escenario del que de ningún modo debió salir. Por cierto, José es padre de Israel y Pastora. Ya es sabido, de casta…

'Maestría'

Baile: José Galván, María Távora, Marta y Tamara. Cante: Manolo Sevilla, Javier Rivera. Guitarra: Rafael Rodríguez, Carmelo Picón, Ulrich ‘El rizos’. Día: 2 de marzo. Lugar: La Compañía. Aforo: Lleno.

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