La crítica · Concha Jareño

Secretos de mujer

  • Concha Jareño acerca al Villamarta la estética de lo jondo.

Como si de una enciclopedia ilustrada se tratase, 'El baúl de los flamencos' traslada del libro a la escena un recorrido por la historia del vestuario flamenco. Sin un hilo argumental consistente, sólo un concepto narrativo que transita de época en época por medio de distintas coreografías, la propuesta con la que estrenaba en solitario en el Villamarta Concha Jareño tiene momentos gloriosos y otros en los que esa historia que pretende contar transcurre demasiado lenta, quizás por ello no oferta medias tintas, o gusta o no gusta.

Detrás de más de hora y media de espectáculo existe un minucioso trabajo de campo e investigación en el que se ha escarbado hasta encontrar precisos detalles que se aprecian conforme avanza la obra y que nos acercan a distintas fases históricas del atuendo en el baile. El concepto en sí tiene sello propio, el de Rafael Estévez, cuyas reminiscencias aparecen no solamente en esos tonos ocres de luz (algo cansinos, todo sea dicho), sino también en una puesta en escena minimalista, muy similar a la de sus trabajos anteriores, llámese La Consagración, por citar el último que pasó por Jerez.

A lo largo de doce pasajes, que pueden gustar más o menos y pueden entenderse más o menos, el baile de Concha Jareño emerge con fuerza ofreciendo esa misma evolución que aparece en el vestir con la danza. La valía de la bailaora madrileña ya la pudimos comprobar hace seis años en la Sala Compañía con aquel 'Algo' y ayer volvió a dejar claro que lo que es bailar, independientemente de montajes y toda la parafernalia paralela de cualquier creación, baila y muy bien. Sus apariciones no resultan reiterativas, primero por el esmerado vestuario y luego el perfecto uso de elementos complementarios a las coreografías (el abanico en la guajira, los crótalos en los tarantos, el sombrero en los tangos...). También porque junto a ella sobresale la figura de Adrián Santana, otro bailaor que también vimos hace unos años en Compañía y que, como ha ocurrido con Concha, ha desarrollado y crecido profesionalmente. Tiene planta, y perfila bien cada movimiento. Sorprende, quizás su excesivo protagonismo, pues en ocasiones en vez de artista invitado parece asumir un papel principal. Una prueba más de la confianza total que han depositado en él tanto Estévez como Jareño.

La bailaora nos engatusa con una guajira de movimentos sutiles (pese a la guitarra de Cano, que abusa del rasgueo), nos enamora haciendo tarantos con los crótalos, y nos conquista con cadenciosos caracoles y con la petenera con mantón (y donde el gaditano Manuel Gago pone el toque exquisito) con la que cierra el espectáculo.

El repertorio sonoro tampoco se salva de la necesidad investigadora de Estévez y Jareño, pues en él encontramos una adaptación de los tangos del Mochuelo y un recuerdo a Pastora Imperio, los pregones a los que la polifacética Ana Salazar saca petróleo y hasta un pasodoble incluido en un gag dedicado al mundo del toro y que desluce un poco la seriedad exhibida durante toda la obra.

Baile

El baúl de los flamencos

Baile: Concha Jareño. Artista invitado (baile): Adrián Santana. Colaboración especial (guitarras): Juan Antonio Suárez Cano. Artista invitada (baile y cante): Ana Salazar. Cante: Manuel Gago y David El Galli. Percusión: El Bandolero. Palmas: Torombo. Idea original, dirección, artística, coreografía y repertorio: Concha Jareño. Dirección artística: Rafael Estévez. Producción: Compañía Concha Jareño.  Música y dirección musical: Juan Antonio Suárez Cano. Técnico de Sonido: Fali Pipió. Diseño de iluminación: Olga García. Jefe de producción: Silvia Melero. Diseño de Vestuario: Yaiza Pinillos, Ángel Lozano y Mari Carmen Bueno. Ayudante de dirección: Valeriano Paños. Diseño gráfico: Charles Olsen. Regiduría: Carmen Guerra. Gestión: Melero Management.  Día: 3 de marzo. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno. 


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