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La crítica

Soplan buenos aires

  • Peña y Ogalla revolotean con buen gusto por Villamarta

Soplan buenos aires para Andrés Peña y Pilar Ogalla. El viento a favor, el ideario intacto y el punto justo de agresividad al dar el paso adelante. El triple salto evolutivo en su concepto de espectáculo que ofrecen en El aire que me lleva, que estrenaron anoche en Villamarta, es enorme frente a trabajos anteriores. Manteniendo el rigor de la herencia de los cánones clásicos cuando hay que hacerlo y del espíritu de baile flamenco añejo que nunca desdeñan, ahora aportan mucho riesgo y mucha creatividad en la puesta en escena hasta el punto de abandonar totalmente el cierto toque naïf de obras pretéritas por una desenfadada e inspirada obra de madurez que emana buen rollo y energía positiva. Registros desconocidos en el jerezano, serenísima plenitud interpretativa en la gaditana.

No hay siroco que valga para este dúo de arte. Este par da la sensación de haber tenido siempre claro que las cosas llegan cuando tienen que llegar, sin forzarlas, y en este nuevo trabajo -cuarto con compañía propia tras Callejón de Asta, el pequeño formato que trajeron a la pasada edición al Festival de Jerez- Peña y Ogalla son exprimidos al máximo por la inteligente mano de David Montero (nunca me cansaré de ensalzar su trabajo). Todo un as de la escena flamenca que ha sabido orquestar con un sencillo hilo argumental un delicioso cóctel musical que juega con la ida y vuelta entendida a la perfección a partir de pasajes sonoros abruptos pero que se suceden con total naturalidad. Hay una ida que es pura, en la expresión originaria, pero luego hay otra vuelta rancia y flamenca a más no poder. No hay mixturas ni fusiones, hay sentimientos encontrados. La ida es el blues inspirado a partir del I got rhythm de Un americano en París que regala la polifacética Esther Weekes; la vuelta son las sempiternas cantiñas del Pinini y las bulerías de Cai con las que la pareja cierra esta ventolera capaz de hacernos volar a la tormenta perfecta. La ida es el fandango veracruzano, la vuelta son los cantes que trasladan a Huelva. El diálogo de músicas y culturas fluye como fluye la danza flamenca de Peña y Ogalla: sin descanso, sin estridencias y con toneladas de coherencia incluso en los números menos logrados y prescindibles, como la a todas luces excesiva y algo descompasada ronda de bulerías o precisamente el simpático baile de claqué de Peña, a lo Gene Kelly, bajo el eco blusero de Weekes. El elenco musical es de excepción y conduce la obra con vibrante elegancia y cálida rotundidad, edificando imaginarios decorados desde sus melodías.

La rosa de los vientos proyectada sobre el telón de fondo mece la dirección de la alfombra mágica que transporta a bailaor y bailaora por el océano de los sentimientos confrontados, los contrapuntos y los emocionantes movimientos de baile. Sin llegar a tocarse en ningún momento, Patino pone las notas del juego de espejos que trazan los bailaoras en la farruca inicial, ortodoxa y certera. El murmullo del viento de Levante, sólo interrumpido por los sones de un solo de trompeta por alegrías (que luego veremos que sirve como uno de los nexos de unión de las secuencias), arrastra a Peña por seguiriyas. Casi congelado por momentos pero capaz de escoger la aceleración exacta que le caracteriza en su baile viril de chaqueta estrujada en la mano. El remate cabal de un excepcional Palomar (sin desmerecer la corrección de Londro durante toda la función) da paso en una perfecta transición (como todas) hacia Pilar Ogalla, capaz de escuchar al silencio por soleá. Sin abusar del efectismo ni caer en la afectación, baila rabiosa y deslumbrante cuando toca, pero sabe pararse a tiempo para no tropezar. Nos conquista definitivamente en un baile sin intermitencias. Bellos perfiles y remate altanero que se alteran con la Sudestada, vientos fríos del Río de la Plata que mueven un aire porteño que hace sonar el tango argentino que bordan la bailaora gaditana y la sorprendente voz de su paisano, el comparsista Jesús Bienvenido. Colosales. Abrazada a su bata de cola deja una pieza para recordar dentro de un montaje de alma ecléctica y poco previsible. Cierra con idéntica solvencia y entusiasmo por tangos sin que se noten los 12.000 kilómetros de distancia de Buenos Aires a Andalucía.

Una canción por bulerías en tránsito de Palomar y una ranchera de Bienvenido para que baile Pilar con mantón. Vuela Ogalla, se encoge Peña ante una competidora voraz. Se les ve tan a gusto en el tirititrán de clausura, con un baile tan de salón, que uno no tiene más remedio que empatizar con el halo positivo que desprende el paso a dos de esta pareja de obreros del arte que ha entendido a la perfección, como canta en las postrimerías Londro, que si a la veleta no la mueve el aire se queda quieta.

Baile

El aire que me lleva

             

Baile: Andrés Peña, Pilar Ogalla. Cante: David Palomar, Miguel Soto Londro. Guitarra: Ricardo Rivera, Javier Patino. Piano: Alberto Miras. Saxo: Antonio Lizana. Trompeta: Lipi Calvo. Percusión: Javier Catumba. Artistas invitados: Jesús Bienvenido, Esther Weekes. Coreografía: Andrés Peña, Pilar Ogalla. Dirección musical: Ricardo Rivera. Guión musical: David Montero (con la colaboración de Andrés Peña y Pilar Ogalla). Sonido: Fali Pipió. Regiduría: Yllart Martínez. Diseño iluminación: Ignacio Sánchez. Ayudante dirección: Belén Maya. Dirección escénica: David Montero. Lugar: Teatro Villamarta. Día: 25 de febrero. Aforo: Lleno.   

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