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Las primeras grandes figuras del baile (2)

Una bailaora y guitarrista de tronío fue Trinidad Huertas, malagueña conocida con el apodo de La Cuenca. Su fama era enorme en Jerez durante los años 1879, 1880 y 1881, años en los que actuaba en Teatro Eguilaz. Figura indiscutible de los cafés cantantes, en 1887, en el Nuevo Circo de París, encabezaba el espectáculo titulado "La feria de Sevilla". En un artículo de prensa de aquel entonces, se lee: "Trinidad Cuenca viste de hombre y de corto: chaquetilla, pantalón ceñido, botas vaqueras, calañés, camisa con chorreras y faja de seda. De este modo desaparece lo que tiene de antipático el bailaor y aumenta la gracia de la bailaora, que la derrama por arrobas. Sube al punto el entusiasmo cuando Mademoiselle Cuenca, a la vez que baila una suerte de zapateado, simula varias suertes del toreo. Empieza con las de capa, que maneja con mucho aquel. Sigue con las de picar; y es de verla hacer el piquero tumbón, que nunca encuentra el bicho en suerte; luego a fuerza de broncas, decidirse a salir a los tercios, brindando al tendido, y poner una puya en su sitio; recibir por fin un batacazo, e ir en demanda de la barrera, satisfecha y cojeando, después de perder la aleluya. No se puede pedir más gracia. Y, sin embargo, falta aún por ver dos suertes finales, la de banderillas y la de matar, que empieza con un brindis de salero y termina con una estocada que el matador da a su suegra. Dirán ustedes que el público no comprenderá la gracia. Puede ser, pero aplaude como si estuviera en el secreto o como si estuviese convertido nuestras costumbres."

Esta crónica pone de manifiesto las cualidades artísticas de La Cuenca y la acogida que el flamenco o lo flamenco tenía en Paris en el siglo XIX. El mismo baile de La Cuenca y su personalidad artística lo glosó así Fernando el de Triana, evocándola a través de su fotografía: "En su fotografía se aprecia de pronto que es el prototipo de la majeza, el arte y la simpatía. En el retrato representa uno de sus bailes: la lidia del toro, desde el primer capotazo hasta que muere y a compás de diferentes suertes del toreo hace con los pies verdaderas filigranas, llenas de ritmo y arte depurado. El baile de hombre lo ejecutaba maravillosamente; fue la primera lumbrera como mujer vestida de hombre, con traje corto y por si esto no fuera bastante, también fue una excelente guitarrista".

No cabe duda de la singularidad de La Cuenca entre las bailaoras coetáneas, una singularidad que le prestó fama a raudales y partidarios entregados a su forma de interpretar su arte. Su trayectoria puede considerarse de las más significativas de su tiempo, dada su capacidad creativa. De ella también nos dice el Maestro Otero: "La Cuenca es la primera artista que bailó las soleares de Arcas, como zapateado flamenco". La Cuenca ha quedado en la historia del arte andaluz como una de sus primeras y más famosas figuras.

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