La crítica

Cántame cómo pasó

  • La tercera revisión de '¡Viva Jerez!' encandila y hace vibrar al público del Teatro Villamarta

La tercera revisión de ¡Viva Jerez!,  la superproducción flamenca del Teatro Villamarta estrenada en 2008, que vimos anoche probablemente sea la más lograda en cuanto a ritmo y continuidad de todas las entregas de este memorial del jondo nuestro. Los dos anteriores eran grandes trabajos aunque no rotundos.

De hecho, si este nuevo autoremake dirigido por Francisco López no se acerca al súmmum es sólo por un dilatado metraje (mal que padeció en exceso la versión original), pues de nuevo camina hacia casi las dos horas de duración como consecuencia de un abultado fin de fiesta que prácticamente se convierte en espectáculo per se dentro del espectáculo. Podría justificarse por aquello de que en Jerez la balanza siempre se inclina claramente hacia el frenesí bulearo, pero no es menos cierto que llegado el caso hasta el jamón ibérico puede llegar a cansarnos.

Hay algunos topiquillos de andar por casa en esa especie de intento de trazar personajes teatrales que nos chirrían un poco pero nada que no se cubra con la buena capa que ofrecen los cantaores, entre ellos una proverbial Macanita, que saca una encomiable rabia interior para echar el resto y agitarnos en su momento estelar de la noche, cuando canta la zambra Maldigo tus ojos verdes retrotrayéndonos al quejío salvaje de La Paquera.

La inclusión de dos maestros jerezanos de siempre para aportar el toque añejo y, por qué no, para hacer gala de escuela jerezana del baile -un elegantísimo y conmovedor Juan Parra y una alegre y pizpireta Ana María López-; su orientación, más acusada que nunca, hacia el musical flamenco propio de una tierra eminentemente cantaora; y, derivado de lo anterior, la selección certera de un extraordinario elenco de voces, son fundamentalmente las virtudes de esta 'ópera flamenca' que se convierte en un viaje desde el clarear de la gañanía hasta una época relativamente más contemporánea gracias a ese sketch de los flamencos con sus maletas a punto de volar hacia Japón en un tedioso embarque que no llega. Instante que aprovechan para que Antonio El Pipa baile por cantiñas y bulerías de Cai (infinitamente más creíble y convincente que en su primera incursión por soleá); y para un delicioso (y breve) paso a dos por sevillanas de Ana María López y Javier Latorre, coordinador coreográfico desde el principio y que esta vez se apunta a un cameo en el espectáculo con mucho ángel.

La avalancha estilística de la 'partitura' escapa del concepto tan manido de Jerez como cuna flamenca de sota, caballo y rey. Y eso nos encanta. Más al contrario, la más de una veintena de variantes que se ejecutan por los cinco cantaores en el transcurso del montaje ofrecen una gama de registros y tonalidades casi inabarcables que revalorizan la heterogeneidad y grandeza de todo el espectro jondo. Entre todos los metales, hay que reconocer que sobresale con varios cuerpos por delante un descomunal Jesús Méndez, un portento de carácter  tímido que está pidiendo a gritos y sin complejos un espectáculo confeccionado para él solo.

De hecho, si Méndez no se convierte en protagonista absoluto de esta obra tan coral es por ese dedo con el que el maestro Parra señala en uno de sus movimientos en los tientos que ejecuta el siempre eficiente Miguel Londro (aterciopelado en el apunte de la milonga de Pepa Oro). Ese dedo inmóvil de Parra que marca a la juventud el camino hacia el futuro da un pellizco clarificador: menos, siempre, va a ser más. El aplomo de sus muñecas y el porte viril y vibrante del que tuvo retuvo ya justificaría por sí solo el precio de la entrada. Pero es que señores, luego vino ese joven tan viejo llamado Jesús Ruiz Cabello, que a priori no parecería por los apellidos que procediera de la mítica casta de los Méndez, y rompió el molde con un vozarrón que parece brotar sin esfuerzo y que es cincel que talla los tercios de la doble malagueña de Chacón que recreó. Cuando ya no podíamos encogernos más, regresó con el romance mineral y primitivo de Bernardo del Carpio. Dejó la épica y sonó a plazuela de afilaores, vendedores callejeros y diteros con el pregón de Macandé. Con una afinación y una vocalización en su queja nada reñida con una hondura recargada de gitanería. Entonó los cantes de trilla, cantiñas, bulerías plazueleras y dejó al público congelado, concluido el fin de fiesta, con un definitivo fandango del Gloria escalofriante y al que no mermó su voz algo rozada por tamaño derroche.

El metal fragüero y nasal de David Carpio lució afilado en la seguiriya y cabal para unas poses casi místicas de la esbelta Macarena Ramírez. Con cola negra, dejó grandes destellos y estampas diagonales que resultaron tan sobrias como sinceras ante el toque (otra debilidad) de Manuel Valencia, un guitarrista que crece por días con personalidad y regusto pretérito. Repitió El Pescaílla su número de la losilla y, al final, volvimos a sentirnos muy satisfechos tras disfrutar con esta poética y extensa regresión a la historia de una de las tierras con más pasado y futuro de la geografía del planeta flamenco.

Baile

¡Viva jerez!

Artistas invitados: Antonio El Pipa, La Macanita, Jesús Méndez. Colaboración especial: Juan Parra. Con la participación de: Ana María López, Macarena Ramírez. Cante: El Londro, David Carpio, El Pescaílla. Guitarra: Manuel Valencia, Manuel Parrilla, Javier Ibáñez. Mujeres: La Bastiana, Yoya la del Pipa. Espacio escénico y vestuario: Jesús Ruiz. Iluminación: Francisco López. Coordinación coreográfica: Javier Latorre. Libreto y dirección de escena: Francisco López. Técnico de iluminación: Alberto Martínez. Regiduría: Jesús Fuentes.

Producción escénica: Fundación Teatro Villamarta, Instituto Andaluz del Flamenco. Producción musical: Fundación Teatro Villamarta. Lugar: Teatro Villamarta. Día: 2 de marzo. Aforo: Lleno con las entradas agotadas.

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