Crítica 'Intocable'

Éxito de taquilla, fracaso del cine

Intocable. Comedia dramática, Francia, 2011, 109 min. Dirección y guión: Eric Toledano y Olivier Nakache. Fotografía: Mathieu Vedepied. Música: Ludovico Einaudi. Intérpretes: François Cluzet, Omar Sy, Anne Le Ny, Audrey Fleurot, Clotilde Mollet, Joséphine de Meaux, Alba Gaia Bellugi.

De la misma forma que el lenguaje políticamente correcto ha pretendido suplantar con sus falacias diferenciales a toda una tradición preservada por el sentido común más allá incluso de las Academias, hay también un cine políticamente correcto que pretende retratar un mundo contemporáneo en conflicto falseando e idealizando su realidad multicultural, sus desequilibrios sociales, las diferencias de clase u otras cuestiones de carácter sensible bajo el molde cómico-dramático de la fábula amable, didáctica y edificante.

Es lo que sucede con esta desahogada Intocable de terrible éxito en Francia, una historia basada-en-hechos-reales (o cómo convertir la excepción en regla) cargada de buen rollito y mejores intenciones que fuerza y celebra la improbable amistad entre un adinerado y refinado burgués tetrapléjico (Cluzet, en modo Hoffman-Rain man) y el joven inmigrante africano recién salido de la cárcel que, ¡oh, sorpresa!, termina cuidándolo (Omar Sy, una bestia con corazón de oro).

Toledano y Nakache, especialistas en blandenguerías de mensaje positivo (Y tan amigos, Aquellos días felices), organizan este idilio para creyentes en la bondad humana sobre la habitual dialéctica de opuestos destinados a fundirse: ahí donde el buen salvaje termina por apreciar a Mozart y el arte contemporáneo, el atormentado erudito es capaz de soltarse la melena del alma escuchando a Kool & the Gang mientras se fuma un (terapéutico) porro de marihuana.

Intocable engarza así una tras otra sus irritantes estampas musicales y pintorescas de una amistad entre desiguales que apela a una conciliación falaz que camina justo en dirección contraria de lo que dicta la realidad de estos tiempos de crisis, cabreo y desesperación. Y lo peor no es eso, sino que lo hace pensando que los espectadores somos, además de ingenuos, estúpidos.

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