Crítica de Cine

Gorilas en la niebla

Desde luego se han ganado el sueldo los encargados de la niebla y la lluvia, también el director de fotografía o el responsable de rebajar el color de la imagen en posproducción. Y Fernándo Velázquez, cómo no, orquestador de txalapartas. Suyos son los méritos principales de una cinta que al menos puede alardear de atmósfera sombría y envolvente a falta de mayores o más convincentes atractivos, que pasan por asumir sin mucha resistencia y personalidad los códigos del cine criminal y policíaco de Hollywood en los contornos del valle de Baztán navarro y con los apuntes sobrenaturales y folclóricos salidos de las novelas de Dolores Redondo.

Marta Etura interpreta a una Clarice Starling regresada al terruño que se comunica por teléfono con su viejo mentor del FBI mientras investiga concienzudamente los crímenes de varias adolescentes de la zona y se enfrenta a sus particulares y traumáticos fantasmas familiares. El impersonal González Molina (Tengo ganas de ti, Palmeras en la nieve) se esconde entre la niebla y la lluvia o se sube a los drones con tal de no preocuparse demasiado de que los diálogos y sus actores (profesionales, televisivos y lugareños) suenen a impostura sobredramatizada (una discusión sobre la receta de las tortas de chanchigorri alcanza cotas de delirio insuperables) y que la previsible deriva de los acontecimientos cumpla con sus no menos obligados giros, quiebros y sorpresitas en paralelo. Y mientras tanto, sigue lloviendo. Total, ¿quién se acuerda ya de películas como El cebo, de Vajda?

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