Crítica de Cine

Idiotez con pretensiones

Algún despistado, por aquello del surrealismo, se ha referido a Buñuel al comentar esta película. Relacionar, aunque sea remotamente, esta pretenciosa mamarrachada con El discreto encanto de la burguesía o El fantasma de la libertad es una tontería sólo comprensible si no se han visto estas u otras películas de don Luis. También se ha dicho de Bruno Dumont, refiriéndose a sus anteriores películas místico-minimalistas, que es heredero de Bresson. Esto rozaría la herejía si tal cosa existiese en el cine. Afortunadamente no es el caso porque el cine no es una religión, aunque los admiradores -que los tiene, pocos pero ruidosos e influyentes- de Dumont crean que lo es y que él es uno de sus últimos profetas. Naturalmente su casa es el Festival de Cannes, donde sus obras La vida de Jesús, La humanidad y Flandres fueron premiadas y Hors Satan presentada. Con la miniserie El pequeño Quinquin dio un giro del naturalismo extremo con tintes severamente místicos al humor absurdo y negro. Y este es el camino que prosigue en La alta sociedad, naturalmente presentada en Cannes, faltaría más, aunque sin suscitar pasiones.

Dumont plantea su broma como una suma de citas y homenajes que van del Gordo y el Flaco hasta La gran ilusión de Renoir pasando por Mack Sennet, Jacques Tati, las series mudas de Louis Feuillade y -aunque sus admiradores aúllen al compararlos- Delicatessen de Jeunet y Caro (y ello no sólo porque haya canibalismo en ambas, sino por el tono de pretendido humor negro chirriante). Todo, naturalmente, a años luz de las citas (salvo en el caso de Jeunet y Caro y, si quieren, de su versión española que es Javier Fesser).

Estamos en una zona costera de veraneo en la Francia de la belle époque. Entre una familia de clase alta formada por degenerados y medio idiotas, y una familia de desarrapados igualmente degenerados y medio idiotas -además de caníbales-, un par de polis construidos combinando a Laurel y Hardy con los Dupond y Dupont (Hernández y Fernández en español) de Tintín investigan unas misteriosas desapariciones. El único mérito de esta comedia negra que carece de gracia e ingenio es la interpretación caricaturesca del gran Fabrice Luchini que, junto a unas Juliette Binoche y Valeria Bruni Tedeschi que literalmente no existen o, lo que es peor, sobran, interpretan a los imbéciles de clase alta. Los imbéciles de clase baja -¿lo captan?- están interpretados por actores no profesionales. "Las salas de cine atraen a mucho idiota", ha dicho Dumont en una reciente entrevista. Debe de ser cierto, vistas sus películas.

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