Crítica de Cine

Orfandad y melancolía

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Como bien recuerda el colega Manu Yánez, Marco Bellocchio lleva ya varias películas, sus espléndidas películas de madurez y magisterio libre que lo convierten en el mejor cineasta italiano en activo, instalado en un mundo de fantasmas, estrategia espectral y metafórica sobre el propio cine que le ha servido tanto para escrutar algunos episodios de la (intra)Historia italiana (Buenos días, noche, Vincere, Sangue del mio sangue) como para acceder a los rincones de lo íntimo y lo familiar (La sonrisa de mi madre, Sorelle mai, Bella adormentata).

A partir de la novela autobiográfica de Massimo Gramellini, Felices sueños agita los fantasmas de la orfandad, de la muerte y la ausencia de la madre, como poderoso trauma que atraviesa los tiempos y etapas de la vida de un niño súbitamente expulsado de ese paraíso primario de juegos, complicidades y afectos en la casa familiar y al que Bellocchio sigue luego en distintas épocas de madurez que se suceden sin otro orden que el del propio cine trabajando en secretos pasadizos de formas, figuras, rimas y transiciones líricas.

Felices sueños ancla las palabras de despedida de una madre en una noche nevada en un relato exterior (nuestro personaje devendrá luego periodista y reportero de guerra, viajará por el mundo y volverá a la casa para cerrarla definitivamente) que funciona como un río íntimo de melancolía y dolor: cada nuevo encuentro, cada nueva escena, cada nuevo personaje (del millonario suicida al cura lúcido que interpreta Roberto Hertlizka, de la madre del amigo que intepreta Emmanuelle Devos a la doctora-médium que encarna Bérénice Bejo) aparece aquí para redoblar la idea de ese duelo no resuelto, el misterio que rodea la muerte de la madre y el trazo zigzagueante de una vida solitaria e incompleta, para ofrecer, desde el espejismo y el recuerdo, desde el contacto con otros ilustres fantasmas de ficción (Belfegor, Nosferatu), un proceso de curación y catarsis que se seguirá prolongando lejos de nuestra mirada.

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