Crítica 'Carol'

Texturas de la pasión

Carol. Melodrama, EEUU-RU, 2015, 118 min. Dirección: Todd Haynes. Guión: Phyllis Nagy. Fotografía: Ed Lachman. Música: Carter Burwell. Intérpretes: Cate Blanchett, Rooney Mara, Sarah Paulson, Kyle Chandler, Jake Lacy, Cory Michael Smith. 

Hay una evidente conexión entre Safe, Lejos del cielo, la miniserie Mildred Pierce y esta Carol con la que Todd Haynes se consolida ya en la primera línea de los grandes autores del cine norteamericano contemporáneo.

La declinación del melodrama femenino clásico bajo la lente posmoderna (que permite actualizar reivindicaciones de género, raza o identidad a la luz de un presente aún conservador) ha ido mutando en el tiempo y las formas de manera sutil y progresiva, demostrando un dominio de la narración y un cuidado de la puesta en escena que espantan toda posible nostalgia retro para devolver y reinterpretar el pasado sin asomo alguno de teoría explícita o de ese academicismo acartonado para exclusivo lucimiento de decoradores y diseñadores de vestuario y peluquería.

Carol parte de una novela de sesgo autobiográfico escrita bajo seudónimo por Patricia Highsmith y publicada en 1952 con el título The Price of Salt. En aquellos materiales, que encontraron un inopinado éxito de ventas, se descubre el perfil más insólito y menos genérico de su autora, una suerte de confesión íntima diferida con apuntes de thriller sentimental que abordaba el lesbianismo con valentía (¡y final feliz!) bajo los códigos morales de la sociedad norteamericana de la época.

La novela de Highsmith ponía así encima de la mesa asuntos y ambientes que, ya por entonces, empezaban a interesar a grandes cineastas manieristas como Hitchcock o Sirk.

Parece lógico pues que Haynes, que ya vampirizara las esencias del melodrama sirkiano en technicolor en Lejos del cielo, pusiera sus ojos en este texto para volver a realizar una misma operación de relectura. Sin embargo, Carol es deudora no sólo del espíritu a contracorriente del texto original, de la reconstrucción (idealizada, vista a través del propio cine) de aquella época o de las inquietudes personales del cineasta. Su forma final, depurada y sutil, emocional y hermosa hasta el delirio, pasa también por la rebaja de la pátina de brillo e intensidad dramática de la cinta protagonizada por Julianne Moore, para abrazar una nueva superficie que, con la incorporación de la estética fotográfica de Saul Leiter que impregnó Mildred Pierce de una tonalidad melancólica, se materializa ahora en las maravillosas texturas y colores, en el sutil tratamiento descentrado (esencial, revelador) de los encuadres, en los fundamentales juegos de plano/contraplano que activan el relato desde las miradas deseantes de dos mujeres de distintas edades, trayectos y extracción, gracias al portentoso trabajo de Ed Lachman con el Super 16mm y a su exploración del grano, el foco y las distancias.

Carol contiene y condensa así un relato amoroso prohibido y desdoblado trazado desde las miradas y los puntos de vista, desde los rostros anhelantes de dos mujeres observados a través de ventanas, puertas y espejos, demorando ejemplarmente el encuentro (estallido) de los cuerpos, en la sublimación a través del estilo de una pasión que ha de permanecer en la superficie de las apariencias, los comportamientos y las convenciones de un tiempo que se siente ya cambiante para hombres y mujeres.

Desde el primer contacto visual entre Therese (Mara) y Carol (Blanchett) en los grandes almacenes, Carol se abre paso flotando en un flujo emocional (acompasado por la hermosa música de cámara Carter Burwell) que diluye y atenúa los extremos propios del melodrama en una maniera cálida, suave y preciosa, un ámbar que atrapa las identificaciones elementales desde la inteligencia, la política y el esplendor de las formas.

Que una película como ésta y su director no hayan logrado hacerse un hueco entre las candidatas a los Oscar de este año sólo nos habla de la pobreza mental, la amnesia y la ceguera del Hollywood de hoy.

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