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Cogiendo el testigo

  • Díaz Canales y Pellejero retoman la icónica obra de Hugo Pratt con un resultado excitante y hermoso que supone un reencuentro con el personaje

El Corto Maltés de Díaz Canales y Pellejero.

El Corto Maltés de Díaz Canales y Pellejero. / el día

Claro está que hay mucha basura en esto de los pastiches, y algunos se llevan las manos a la cabeza cada vez que un producto, digamos, cerrado se abre al flujo imprevisible de la reinterpretación artística. Véanse, por ejemplo, 2001: Una odisea del espacio, la catedral fílmica de Stanley Kubrick, o Watchmen, ese artefacto de relojería en viñetas de Alan Moore y Dave Gibbons, dos piezas únicas, celebradas en sus ámbitos y tan perfectamente terminadas que a nadie se le ocurriría posar sobre ellas sus sucias manos. ¿A nadie? No contento con dar su más que particular versión de la película en la correspondiente adaptación literaria, Arthur C. Clarke escribió una secuela, 2010: Odisea Dos, y otra, 2061: Odisea Tres, y otra más: 3001: Odisea Final. En el caso de Watchmen, el grifo tardó en abrirse, pero cuando lo hizo se debió romper la goma, porque no ha parado de gotear desde entonces. Ahí está el puñado de precuelas publicadas bajo el lema Before Watchmen, sin la participación de los historietistas originales, o la reciente y controvertida decisión de la editorial DC de incorporar los motivos de la novela gráfica en su universo superheroico general (el de Superman y Batman, por si alguien vive en otro mundo).

Pero hay más argumentos, como que 2001 no existiría si Kubrick no hubiese tomado prestado, y leído a su manera, el relato de Clarke que sirvió de inspiración a la película. O que no disfrutaríamos de Watchmen si Moore no hubiese interpretado libremente los superhéroes previos de la editorial Charlton. Y es que, a fin de cuentas, la imitación, la variación, el plagio, la recreación son instrumentos que han generado innumerables obras maestras, a veces superiores a los modelos originales. Personalmente, soy de los que admiten sin problemas los pastiches, no en vano me crié leyendo el Conan de Roy Thomas, que aprecio casi tanto como los relatos de Robert E. Howard, y cuando una obra me gusta tanto, tanto, tanto que preferiría que nadie la continuase (el pato Howard de Steve Gerber, por poner un ejemplo), me basta con no leer otras interpretaciones. Ni que uno estuviera obligado a ello.

Viene todo esto a cuenta de Bajo el sol de medianoche, la primera aventura de Corto Maltés que no lleva la firma de Hugo Pratt, padre de la criatura y genio indiscutible del noveno arte, que en paz descanse. Dijo el otro día en la radio Juan Díaz Canales que es imposible duplicar el talento de Pratt, lo cual admite poca discusión, aunque aplaudo el hecho de que, puestos a seguir adelante con la saga, los herederos del italiano hayan contado con dos artistas de la talla de Díaz Canales y Rubén Pellejero. Podría decirse que el resultado es digno, más aún, prefiero calificarlo de excitante y hermoso, y siente uno que se ha reencontrado con un viejo amigo al que llevaba sin ver demasiado tiempo. No me extraña que el experimento haya sido un éxito y que tengamos un segundo cómic esperando a la vuelta de la esquina. Si lo piensan dos veces, verán que no existen obras intocables, que la cultura florece en el pastiche.

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