La portentosa Ana Camelo ha logrado acaparar la atención una vez más con otra de sus impagables iniciativas al exigir que la gerencia de la Fundación de la Mujer de Cádiz sea ostentada por una mujer. No crean que se le ha ocurrido de buenas a primera, ha necesitado media legislatura para meditarlo. Suele ser siempre así por una norma no escrita en todas las ciudades, pero hay que reconocer que ella ha ido más lejos al ignorar los criterios de igualdad, mérito y capacidad para ser más feminista que nadie. Su incapacidad para llamar la atención por algo digno de tener en cuenta sólo es comparable a su acierto a la hora de cargarse lo que funciona. Y no es fácil. De hecho, la Fundación de la Mujer pronto cumplirá dos años con la gerencia vacante. Es razonable que alguien con su preparación no se conforme con cualquiera. Encima tiene la feliz idea de plantar a la oposición después de invitarla a impulsar un plan contra la violencia de género. Ya saben que el poder no deja un minuto libre. Su capacidad en la gestión es tan inmensa que hasta sus colegas de partido se han desmarcado de ella. ¡Dejadla sola!

Si algo distingue a este equipo de gobierno es que trata de suplir su falta de criterio con osadía y fuegos artificiales. Establecer mecanismos de igualdad sólidos que incluyan herramientas para crear empleo se lo dejan a la fortuna. Salvo el alcalde y un par de buenos concejales en ayuda de un asesor omnipresente para lo bueno y lo malo, el resto aún no ha entendido cuál es su cometido exactamente. Se les da mucho mejor romper moldes y cuestionarlo todo -la cancelación sin previo aviso del Festival de Música Manuel de Falla es el último ejemplo- que aglutinar y construir ciudad. A David Navarro no se le puede negar su dedicación y capacidad en la gestión. María Romay aporta frescura y tiene claro lo que quiere. Decide y ejecuta. Pero los demás, o pasan desapercibidos -¿de verdad que están ahí?- o se tienen que ir por la puerta de atrás, como le pasó al ex delegado de Medio Ambiente, derrocado por su infinita torpeza.

Tiene suerte José María González porque pese a que sus socios tampoco ayudan mucho con su ruido mediático envueltos en la anécdota y la propaganda, enfrente sólo tiene a una oposición falta de chispa y empuje. El PSOE sigue más pendiente de sus batallas que de la ciudad, y el PP se mantiene en punto muerto a la espera de que Teófila Martínez decida su futuro. Entretanto, al alcalde le basta con derrochar simpatía para mantenerse al frente de San Juan de Dios sin mayores exigencias. No se preocupa ni de lograr el apoyo necesario para gobernar porque tampoco le pasa factura. Sabe que carece de un equipo solvente y sin embargo podría largarse un mes de vacaciones que no sucedería nada. Prometió que acabarían con los desahucios y que los jóvenes volverían cantando por Carranza. Que garantizarían la igualdad y la libertad y que acabarían con las injusticias económicas. Las familias en riesgo de exclusión social iban a ser un mal recuerdo porque el izquierdismo radical iba a desenmascarar a una socialdemocracia que a la larga sólo inspiraba una sociedad de castas en detrimento de los derechos individuales. Dos años después no han activado una sola propuesta de calado que cambie la realidad gaditana. Eso sí, aunque no dispongan de recetas mágicas, hay que atribuirles el mérito de convencer a buena parte de la ciudadanía , con ayuda del PP y el PSOE, de que nuestra democracia hace aguas al tiempo que su partido ha inyectado en vena a los socialistas el virus del maquiavelismo.

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