Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Hay aficionados al fútbol que siguen con tanta obsesión a su equipo y odian tanto al rival, que ante un duelo decisivo, prefieren apagar la televisión antes que seguirlo en directo. Temen tanto la derrota, que algunos optan por pasear lejos de la civilización para evitarse el posible disgusto. Pero cuando caen los suyos, no concilian el sueño y no se les puede mencionar el fútbol en varios días. Sólo mantienen viva la esperanza de que el contrario caiga también en desgracia para venirse arriba. Y estos ultras luego son los primeros en defender sus colores dando lecciones y sin admitir una virtud del rival, porque, de antemano, tiene comprado a los árbitros.

En nuestra clase dirigente también abundan los políticos que afrontan su labor diaria como hinchas del deporte rey. Lo hemos comprobado durante los dos años en que el Gobierno ha negociado el contrato de las cinco corbetas para Arabia, que acaba de amarrar Navantia y que se construirán en San Fernando. La realidad es que Navantia -cuyas pérdidas son astronómicas- necesita este acuerdo como el comer. Y la realidad es que en la Bahía sabemos construir barcos de guerra -y civiles- como nadie. Curiosamente, en España, en lugar de llamarlos por su nombre, los llamamos buques de apoyo logístico o de ayuda humanitaria. Preferimos hablar de fragatas en vez de llamarlos como en el resto del mundo: destructores. Como si sirviera de bálsamo, rara vez se habla de su potencial armamentístico, y en cambio en los países a los que exportamos, como Australia, lo primero que hacen es exhibir su alcance. Ya puestos a inventar, podríamos llamarles cruceros con hospitales flotantes o barcos contra el paro. Y seguro que a los fenómenos como Alberto Garzón les parecería más simpático nombrar a un pacifista ministro de Defensa, pero a ver cuántas fragatas vendería.

Algunas voces de la izquierda, la misma izquierda que exige al PP carga de trabajo para Navantia, han puesto el grito en el cielo por vender barcos a un país que viola los derechos humanos y que mantiene una guerra tan cruel contra Yemen. Los más vehementes han sido los dirigentes de IU y Podemos, aunque tampoco el PSOE ha mostrado entusiasmo. La mayoría critica la negociación como si los astilleros pudiesen elegir y sus trabajadores no tuviesen bastante con llenar la nevera como para cargar sobre sus espaldas la paz en el mundo. Luego no saben qué decir cuando se les piden alternativas para acabar con el paro, y se esconden. Las realidad les aterra y se tapan la vista con las manos como un niño ante una película de miedo. Eso sí, cuando se negoció con regímenes de su cuerda, entonces se les pegó la lengua al paladar: nada que objetar. Rajoy hizo lo mismo cuando calificó de "error monstruoso" la venta de las patrulleras a Venezuela. Todos juegan a que el contrario no se anote un tanto y así nos va. A la eterna lucha contra el paro, en esta provincia se unen las irreconciliables diferencias entre sus dirigentes. Y esta doble vara de medir, ha forzado al Ejecutivo a trabajar de tapadillo, de manera casi vergonzante, en un contrato en el que los más escépticos no creían. El régimen saudí ha dilatado tanto las negociaciones, que hay que celebrar doblemente que el Gobierno apostara por este acuerdo -empleando recursos humanos y mucho dinero- como si ya estuviese firmado el contrato de antemano. Esto seguro que algunos no querrán verlo, como los hinchas más radicales del fútbol.

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