Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

Fieles a su tradición, distintos grupos antitaurinos pidieron en días pasados en Pamplona la abolición de la tauromaquia en un acto de protesta convocado por las organizaciones por la defensa de los animales para reclamar "un San Fermín sin sangre", que evite la tortura y el sufrimiento a los toros. No les gustan ni los encierros y es respetable. Lo que ya no lo es tanto es que los antitaurinos, al grito de "¡asesinos, asesinos!", se manifiesten con pancartas contra la fiesta de los toros para recibir al público que intenta entrar en la plaza arrojándoles, en alguna ocasión, pintura roja y diferentes objetos, lo que obliga a actuar a la Policía para escoltar a los aficionados y garantizar sus derechos, que también los tienen.

La batalla continúa luego en las redes sociales y la vieja fiebre cainita no respeta ni a los muertos. Más allá de las tremendas oportunidades que nos presentan las nuevas tecnologías, hay que admitir que abonan la estupidez más contagiosa entre los dos bandos de cualquier polémica, repartidos como los ultras de un equipo de fútbol entre los asientos de un estadio virtual. Con una supuesta autoridad moral, los revolucionarios han logrado sacar de la cueva a los reaccionarios más rancios, y ambos grupos se multiplican a tanta velocidad que apenas dejan espacio para los que tratan de mantenerse ajenos a la polémica de los toros. O conmigo o contra mí, no caben tintas medias, y mucho menos la tolerancia y el consenso que posibiliten la normal convivencia entre ciudadanos de diversas ideas. Quienes no participan del disparate han de realizar un enorme esfuerzo para mantenerse ajenos e imparciales y además se exponen a ser crucificados por unos y otros. Hay que tener mucho ojo al hablar de los toros en estos días.

Los animalistas llegan a otorgar a los animales capacidades hasta ahora solo atribuibles al ser humano. A la causa general contra la fiesta de los toros, se han ido unido el acoso al circo, a los zoológicos, las actividades de carga y arrastre, las tiendas de mascotas y hasta los ensayos clínicos. Es cierto que no pocos son capaces de abstraerse delante de un buen plato de jamón o de presa ibérica hasta el punto de olvidar si el cerdito sufrió al morir o no. Suele ocurrir, pero no están solos. A los defensores de los derechos de los animales se han unido los partidos de izquierda con su afán oportunista. Su cálculo no puede ser más populista: suman por ejemplo los rocieros censados en Cádiz y los votos que obtienen los partidos políticos como el PACMA, y si les salen los números, que salir salen, se ponen detrás de sus pancartas. Con ello, la Hermandad del Rocío no procesionó en la Magna porque su carreta iba tirada por dos mulos. Pobrecitos. A este paso, igual un día los animalistas se oponen a que los perros salgan atados con correas a la calle y menos aún con collar de castigo. Y ya puestos a defender sus derechos, podrían hacer algo por los pobres que se pasan la vida escuchando a sus dueños tocar la flauta con un oído en Olvera y otro en Vejer. Merecen una vida mejor más allá de dos notas musicales y ahí siguen, nadie les hace ni caso.

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