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Acotación del infortunio

  • Las quimeras de hoy y las del pasado, la calumnia, la exclusión, la muerte, la nada... Ramón Andrés propone en este ensayo una formidable interpretación de nuestra sociedad y nuestra época.

El ensayista y poeta Ramón Andrés (Pamplona, 1955).

El ensayista y poeta Ramón Andrés (Pamplona, 1955).

Uso aquí acotación en el sentido de precisión, de silueteado, y no tanto por la intención disuasoria que también posee. No se trata, pues, de una contención de la desgracia lo que aquí se propone; y tampoco de una minoración de la perplejidad que habita y constituye esencialmente al hombre moderno. Los ensayos que recoge Pensar y no caer, ensayos que son, a su vez, interpretación y escolio de otras obras, van dirigidos a difinir, en su precisa estructura, el modo que en que la civilización -y al fondo eso que llamamos Europa- ha devenido un paradójico artefacto, un ilusorio método de sumisión y adelgazamiento de lo humano.

Con un procedimiento fragmentario que es fácil vincular a Montaigne y a su forma, a un tiempo ligera e incisiva, de aproximarse a los temas; de un modo, digo, disperso sólo en apariencia, en esta colección de textos lo que se subyace, lo que aflora paulatinamente, es una concepción libérrima y sombría de la aventura humana, y una formulación adversa de la modernidad, que concluye en la vida líquida, por decirlo con la expresión de Bauman, que el fin de las utopías ha arrojado sobre el siglo. Si en El cuerpo, comentario a Del natural de Sebald, lo que Andrés postula es la creciente objetivación y externalización del cuerpo, a partir de la mirada analítica y el orbe mesurable del Renacimiento; si en Animal/humano, donde se glosa a Agamben, lo que se deduce es una creciente animalización del hombre y una humanización del viejo bestiario medieval; si en Europa es la propia idealización de la cultura europea, de cuanto ella significa, y del modo en que dicha mixtificación se disuelve en el tosco economicismo de posguerra; si en La exclusión, escrito a propósito de una novela de Földényi, es la minuciosa perimetración del globo, una perimetración no sólo geográfica, sino principalmente ideológica, en este caso debida a Hegel, aquello que hace llorar a Dostoievski, excluido súbitamente al confín asiático (vale decir, a una marginalidad cultural que lo orilla definitivamente del tronco central de la Humanidad); si, en fin, en Músculos y quimeras y La calumnia, es la trepidación de la vida actual y sus indeseadas consecuencias, aquello que emerge desde una insospechada profundidad cultural; en todos estos ensayos cabe adivinar una intención unitaria que no se ciñe al malestar moderno y sus expresiones más obvias, sino que apunta al origen mediato de tales fenómenos.

Dicho origen no es otro que esa brecha irresuelta donde la Ilustración y el Romanticismo extienden sus redes ideológicas, y cuyas consecuencias últimas se exponen, acaso, en los desastres del XX. Si la Humanidad ilustrada excluyó de su concepto a los suburbios culturales de Europa; si el Romanticismo arbitró una Humanidad segregada en tribus (esto es, una Humanidad que ya no lo era, sino que se ofrecía como un muestrario de diversos conceptos de lo humano, donde la raza sustituyó al hombre de mundo); si la propia Europa se soñó como fuente de civilización y no como reiterado lugar de la barbarie; son esas fuerzas antagónicas, y esa profunda idealización de lo real, las que afluyen sobre la superficie del siglo cuando aún no había llegado a su mitad. Y es la propia perfección técnica, derivada de la tradición moderna que arranca con el Renacimiento; es la propia exploración y explotación tecnológica del mundo, que llega a su ápice de sangre en las dos guerras mundiales, la que que hoy ha reducido al hombre a una suma de comodidades y urgencias corporales (a una concepción gimnástica y farmacológica de la existencia), que ocluye el ámbito de lo humano en una corporalidad tosca y febril, urgida por el miedo.

Ésa es, probablemente, la intención del título bajo el que se amparan estas páginas. Pensar y no caer señala así a un ámbito previo, o quizá exterior, a aquel en que se desarrolla y se encapsula el individuo contemporáneo. Una individualidad, por otra parte, a la que se encamina agónicamente el hombre, pero vaciada ya de cualquier implicación intelectual, de cualquier vínculo con cuanto lo rodea, lo explica y lo sostiene. A la restitución de estos vínculos, a la exposición de esta antigua y compleja trama, vienen dedicadas estas divagaciones eruditas, magníficamente escritas, que firma la sólida formación cultural de Ramón Andrés.

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