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Edith Warton: Una mujer moderna

  • La norteamericana escondía una mirada audaz tras un engañoso clasicismo

  • La publicación de sus 'Cuentos Completos' señala la grandeza de una autora "muy sofisticada" cuya obra "no se agota"

A Clara Obligado aún le sorprende una paradoja que se da en torno a la literatura escrita por mujeres: el hecho de que cuando ella era niña podía acceder a un buen puñado de narraciones firmadas por autoras -Elena Fortún, Louisa May Alcott, Enid Blyton-, pero cuando creció, cuando entró en "lo que se denomina literatura seria", comprobó con asombro que "las mujeres desaparecían, absolutamente", recuerda la bonaerense afincada en España. "Yo estudié en Argentina, donde la única figura femenina que entraba en los programas y la bibliografía era sor Juana Inés de la Cruz", lamenta. "Y es evidente que cuando alguien quiere dedicarse a algo necesita un espejo que de alguna forma se les parezca", defiende la escritora de El libro de los viajes equivocados, que acabaría encontrando referentes en los universos de Jane Austen, Emily y Charlotte Brontë y Edith Wharton, ejemplos que afianzarían sus aspiraciones de dedicarse a la escritura.

Ahora, Obligado prologa el primer volumen de los Cuentos Completos de Wharton, que edita Páginas de Espuma y que abarca las narraciones que la estadounidense (Nueva York, 1862 - Saint-Brice, Seine-et-Marne, Francia, 1937) escribió entre 1891 y 1908. Desde el primer texto, Las vistas de la señora Manstey, la historia de una dama que debe renunciar a su hábito de contemplar el vecindario debido a la ampliación de un edificio próximo, se advierten ya algunas claves que definen a la creadora: su interés por las tensiones entre el individuo y la sociedad, ese talento para observar a los personajes con una intuición que no renuncia a la ironía. "Quizás en el fondo de su corazón la señora Manstey era una artista; siempre era sensible a los muchos cambios de color no percibidos por la mirada corriente y tanto como el verde del comienzo de primavera apreciaba el negro entramado de las ramas contra un frío cielo de azufre al final de un día de nieve", se lee en un relato inesperadamente maduro para arrancar una colección de cuentos completos. Wharton, que en el período que ocupa este volumen triunfa con una de sus novelas (La casa de la alegría, 1905) y se instala definitivamente en Francia (1907), se inicia en la narrativa breve con una voz curtida en las batallas más dispares. "Ella escribe desde muy joven, y de todo. Algo en común con otras autoras es que combina teoría, novela, cuentos, con textos sobre sombreros o jardines: no hay en ellas esa línea marcada que separa lo literario de lo cotidiano", asegura Obligado, que señala como una de las virtudes de la autora la hondura con la que traza a los personajes. "Creo que da una imagen muy compleja de ellos. Y en su obra encuentras desde trabajadores a aristócratas, mujeres y hombres que piensan y viven de distinta manera. Es muy sofisticada, por eso ofrece un buenísimo reflejo de su época", sostiene la especialista.

Una complejidad a la que no escapa Wharton, que a lo largo de su vida rompió una barrera tras otra -fue la primera mujer en conseguir el Pulitzer, que conquistó por La edad de la inocencia, y en ser distinguida con un doctorado honoris causa por Yale; ejerció de reportera de guerra, se desplazaba en motocicleta y poseía un coche propio, era bisexual "con lo que eso suponía en su tiempo", subraya Obligado- y pese a ello no comulgaba con las reivindicaciones del movimiento feminista. Sin embargo, las mujeres de sus relatos no están dispuestas a quedar relegadas y poseen personalidades fuertes, independientes, insondables. La protagonista del cuento La plenitud de la vida se expresa así: "A veces he pensado que la naturaleza de una mujer es como una casa enorme llena de habitaciones: está el vestíbulo, donde uno recibe a las visitas formales; la sala de estar, donde los miembros de la familia entran y salen según llegan; pero más allá, mucho más allá, existen otras habitaciones cuyas puertas quizá nunca se abren, nadie conoce el camino hasta ellas...".

En el modelo de mujer libre que Wharton encarnó, en la modernidad que trasladó a sus personajes femeninos, asoma una certeza: su descreimiento ante la institución del matrimonio. En Almas vencidas, una mujer consigue divorciarse de su marido pero no desea pasar por el altar con el amante con el que se había fugado. "Ninguno de los dos cree en esa cosa abstracta que es el sagrado matrimonio; los dos sabemos que no hace falta ninguna ceremonia para consagrar el amor que sentimos", sentencia la dama. ¿Volcó la autora sus convicciones personales en esta cuestión? Seguramente sí, opina Obligado. "Ella tuvo un marido siniestro que la engañaba y la dejó sin dinero, y en general tuvo amores bastante desgraciados, también con William Morton Fullerton, un tipo bisexual, como ella, del círculo de Oscar Wilde. A él le dirige cartas preciosas, casi adolescentes. Wharton tuvo historias muy apasionadas con mujeres, pero definitivamente no fue la vida de pareja lo que la hizo más feliz. Es amarga con este tema: en sus obras las mujeres no terminan de ser comprendidas, habla muy claramente de la desigualdad de ellas frente a los hombres, por eso es curioso que no sea feminista, en un momento en el que además las sufragistas luchaban por poder votar", considera la prologuista.

Son muchas Wharton las que conviven en estos cuentos: por las páginas irrumpe también la autora que se siente atraída por lo sobrenatural, como en la pieza La duquesa orante. A Obligado le parece interesante abordar lo fantástico desde una clave femenina. "Mi tesis es que los fantasmas tienen mucho que ver con un mundo de mujeres encerradas en la casa, con la necesidad de liberarse... En este campo hay escritoras fascinantes como Ann Radcliffe, autora de una novela gótica como El italiano. Creo que Wharton es hija de esa tradición, seguramente habría leído a sus predecesoras".

Los cuentos de Wharton, a menudo un estimulante desafío para el lector -"como en los de Hemingway, suele asomar a la vista del lector sólo la punta del iceberg, y es el lector el que debe recomponer la historia"-, son para Obligado una muestra del soberbio pulso narrativo de la norteamericana. "Es muy ambigua, de ahí su grandeza. Parece una narradora clásica, pero tiene una postura absolutamente moderna; es una mujer con una visión muy masculina. No se agota, uno sigue encontrando matices en ella".

La prologuista prefiere a la autora que se enfrenta a las distancias cortas antes que la que se abandona a narraciones extensas. "A mí sus novelas me gustan menos", reconoce Obligado. "Me parecen más novelones y siento que en ellos se pierde. Tal vez se debe a que yo soy cuentista, pero me parece que cuando va hacia el género breve, creo que Wharton se encuentra. Me enamoré de ella con Ethan Frome, que es una novelita corta gótica, y esa maestría está en estos cuentos. Cuando Juan Casamayor [el editor de Páginas de Espuma] me pasó el borrador de este volumen empecé a leer y no podía dejarlo: el libro te abduce, es lo que tienen los grandes narradores, que vas a pasar una página y quieres saber qué ocurre detrás. Esa sensación de por mí que apaguen el mundo, que yo voy a seguir leyendo a Edith Wharton".

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