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Escritos sobre el vacío

E. Cioran (Rasinari, 1911-París, 1995).

E. Cioran (Rasinari, 1911-París, 1995).

El presente libro de Cioran, publicado por primera vez en 1937, recoge las divagaciones y aforismos del escritor rumano en torno a la divinidad y su huella; o si lo prefieren, en torno a la ausencia de la divinidad y su problemático excurso en el mundo moderno. La traducción actual, por otra parte, recoge y amplía aspectos que el propio Cioran había suprimido anteriormente, de modo que puede decirse que este Lágrimas y santos es un inédito respecto de su versión previa, si bien es obvio que no existe una disparidad esencial entre una y otra. ¿Por qué un hombre de extraordinaria inteligencia como Cioran se abisma en esa oscuridad lacustre de lo divino, y bucea en ella agónicamente, hasta la extenuación, sin que parezca avanzar un ápice en sus indagaciones? ¿Por qué un pensador del siglo XX habría de aproximarse a lo sagrado, cuando lo sagrado se le ofrece como una brasa intolerable que habrá de consumirlo? La pregunta, sin embargo, quizá deba formularse en sentido inverso: ¿Cómo no profundizar en un aspecto de lo humano que la modernidad, y de modo eminente desde el XVIII de Jean Paul, había dejado en un trágico y sobrecogedor abandono?

No cabe duda de que el pasado filo-fascista de Cioran (y de Eliade, y de Ionesco, y de Vintila Horia); no cabe duda de que su temprana vinculación a la Guardia de Hierro, explica en parte esa necesidad de trascendencia, de verdades intemporales y netas, que luego acuciarán su obra hasta la muerte. No cabe duda, por otro lado, de que esta radical introspección, con no poco de braceante y herética, guarda una estrecha familiaridad con Friedrich Nietzsche -como quería Sontag-, pero también con la centelleante hoguera metafísica de don Miguel de Unamuno. Aún así, ni el nacionalismo como una suerte de religión degradada, ni el pensamiento cristiano/anticristiano de primeros de siglo, explican la totalidad de un fenómeno que ocupa buena parte del XX. Resumiendo: si es cierto que el nacionalismo nace al tiempo -y a la contra- que la tríada revolucionaria (libertad, igualdad, fraternidad); también lo es que la Ilustración y el positivismo abordarán la religión como un producto social y un fenómeno histórico. Es decir, que el XVIII y el XIX desplazarán lo religioso desde el ápice de la sociedad a la los departamentos de antropología. The Golden Bough, de Frazer, será la culminación de un proceso que ya está muy maduro en las Cartas persas de Montesquieu, pero que no ofrece dudas en Spinoza, y aun antes, en los Essais del viejo señor de la Montaña. Dicho proceso, irreversible en Cioran, no es otro que la desacralización del mundo y el nuevo tipo de soledad, bruscamente sobrevenida, que ello implica.

Con lo cual, debemos situar a Cioran, no sólo junto a su compatriota Mircea Eliade, cuando dedica su obra a la Historia de las religiones y a la formulación del hecho religioso; debemos situarlo también junto a dos colosos (lo fueron incluso físicamente), de la religiosidad moderna: Chesterton y Bloy. La sonriente bonhomía de Chesterton, teñida por una melancolía insalvable, acaso sea el extremo opuesto a la obra de Cioran. Y también la belicosa, la ciega, la radical introspección de Bloy difiere grandemente del estilismo suicida del rumano. Cuando nos acerquemos a Jung o a Bachelard, ya estaremos más próximos a su indagatoria. Pero es la irracionalidad ardiente de Bataille quien quizá nos ofrezca una mejor explicación de esta búsqueda a oscuras, donde lo sagrado, donde lo ritual, ha encontrado en el sexo una vía de aproximación que ya era común en el XIX y en el refinado decadentismo fin de siglo (recordemos elAllá lejos de Huysmans y su vindicación de la figura de Gilles de Rais, el sangriento mariscal de Juana de Arco). En ese sentido, podríamos decir que Cioran es un Bataille que ha escogido perimetrar el hueco de los sagrado, antes que inmergirse en él; ambos, no obstante, viven de esa desazón y junto a esa herida que, de un modo u otro, modula el pensamiento del XX.

En Ciorán, esta modulación opera como un huecograbado. No obstante, será la sombra de lo celeste, su imposibilidad, su tiranía, su ruego, aquello que domine su inteligencia y obre el breve milagro de estas páginas.

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