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Maneras de ser Cervantes

  • El autor brinda en sus libros una mirada paródica y comprensiva a la aventura humana.

Maneras de ser Cervantes

Maneras de ser Cervantes

Estos días se dirá -y con razón- que Eduardo Mendoza es un escritor cervantino, y que el Premio Cervantes no hace sino corroborar una vieja filiación del escritor barcelonés, nunca desmentida. Con esto se quiere subrayar, probablemente, el tono irónico y bienhumorado de su literatura, así como la mirada benévola, el juicio conmiserativo, que aplica a sus personajes. Sin embargo, hay otros modos de ser cervantino que no se ciñen, o no sólo, a esta distancia irónica señalada ya por don Américo Castro. Hay otras formas de ser Cervantes que nacen igualmente de esa cálida lejanía, y que podemos hallar sin dificultad en la obra de Mendoza.

Un primer modo, acaso el más obvio, es el tono paródico con que Mendoza aborda una parte sustancial de sus narraciones, y que remite de inmediato al Quijote (como sabemos, El Quijote es, entre otras muchas cosas, una parodia de los libros de caballerías). Asociado a esta voluntad paródica; o si lo prefieren, precediendo a esa escritura que duplica y deforma cuanto observa, está la vocación erudita. Sin esta erudición, el mundo que se recoge y se repliega en El Quijote no sería posible. De igual modo, las numerosas formas de literatura que Mendoza ensaya en sus novelas -y no sólo en sus novelas; también en ensayos como la Barcelona modernista- parten de un entendimiento cabal del hecho literario, parten de un juicio a posteriori del autor, sobre el cual actúa su inteligencia creativa. En ese sentido, podríamos decir que Eduardo Mendoza es un escritor posmoderno, ateniéndonos a la definición de Eco, que encuentra en la posmodernidad un "volver sobre lo leído". Más sencillamente, cabe incardinar a Mendoza entre quienes, al ejecutar su obra, hacen recapitulación de una época. Ese fue el caso, sin duda, de Miguel de Cervantes. Pero también el de Snorri Sturluson, El Bosco, Sun Zhu, Homero y el ignorado autor, plurisecular y múltiple, de Las mil y una noches.

Se da así una triple cervantinidad en Mendoza que es no sólo análisis y resumen de una hora del mundo. A esto habrá que añadir el testimonio absolutorio (o cuando menos, melancólicamente comprensivo) de la aventura humana. Sus pintorescos detectives, sus extraterrestres perplejos, sus filósofos de una romanidad extramuros, en trance de disolución, así nos permiten reconocerlo.

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