de libros

Mapa de un mundo personal

  • Marta Rebón compone un cautivador mosaico de lecturas, vivencias y viajes en torno a sus inquietudes, marcadas por la fascinación hacia Rusia

La traductora y escritora Marta Rebón (Barcelona, 1976).

La traductora y escritora Marta Rebón (Barcelona, 1976). / ferran mateo

Hay libros que, pese a la bella factura de su edición, como en este caso, o por ella, uno piensa que encajarían mejor en otras editoriales. En la ciudad líquida es de esos libros que parecen hechos para el catálogo de Acantilado, por su contenido entre viajero, literario y autobiográfico, el cuidado de las fotos que lo ilustran y la pausada y transparente prosa de su autora.

De Marta Rebón no se puede decir que sea debutante en esto de la literatura, aunque publique ahora su primer libro, porque lleva a sus espaldas alguna que otra decena de libros traducidos (de autores como Dostoievski, Pasternak, Dovlátov, Ulitskaya, Vladímov...). Licenciada en Filología Eslava, su nombre cobró fuerza con el éxito inesperado pero justo del novelón Vida y destino, de Vasili Grossman, y desde entonces no ha dejado de ganar merecido prestigio entre los casi siempre infravalorados traductores. Hoy en día quizá sea la más conocida traductora del ruso que hay en España (una tierra en la que los ha habido muy buenos, desde los viejos José Laín Entralgo o Juan López-Morillas, pasando por Juan Eduardo Zúñiga, Ricardo San Vicente o Selma Ancira hasta las actuales Marian Womack, Paul Viejo o la propia Rebón).

La literatura rusa es el epicentro de este libro, en el que, de la mano de su peripecia de traductora, la autora viaja a los lugares donde vivieron sus escritores predilectos, o transcurrieron sus ficciones, y nos cuenta cosas de ellos y, también, de la vida nómada e incierta de una traductora, no sujeta a horarios, oficina ni otras convenciones laborales, pero acuciada por los plazos de entrega (y la poca ganancia económica, cabría añadir). La nómina de autores visitados es impresionante. Aparte de los clásicos Dostoievski, Tolstoi, Chéjov o Nabokov, de quienes también da noticia, especial relieve cobran los retratos de autores también clásicos aunque menos celebrados que éstos, como Pasternak, Nadiezhda Mandelstam, Marina Tvestáieva o Brodsky, y sobre todo los de escritores mayormente desconocidos pero brillantes, como Grossman, Dombrovsky, Dovlátov o Shalámov. El texto va acompañado de unas bellas fotografías, de la autora o de su compañero Ferran Mateo la mayoría, que enfrentan al lector a lo que se le va contando. El conocimiento de la literatura rusa de la autora es pasmoso, aunque no resulta apabullante pues con un tono íntimo nos pone a estos escritores al alcance de los ojos. Los hace revivir desde dentro, quizá porque sabe transmitir la pasión que siente por la literatura rusa, pues en verdad nos está hablando de sus andanzas a lo largo de los años por las áridas y frías y extrañas tierras rusas como lo hace por las acogedoras y a veces sobrecogedoras, y rebosantes de literatura de primera categoría, páginas de tantos escritores como ha estudiado y traducido (aparte de los anteriormente indicados, para hacerse una idea de la magnitud de la labor de Rebón baste señalar, como hito, la traducción de las más de 2.000 páginas con que cuentan las memorias de Ehrenburg, publicadas años atrás por primera vez completas en nuestro idioma).

La literatura rusa es el meollo de este bello libro pero no su único tema. Por él también pasa de soslayo la húngara, a propósito de Mihály Des, profesor que fue de la autora y, sobre todo, fundador de la revista Lateral, de grato recuerdo entre los aficionados a los libros en España, en la que esta escritora colaboró. También aparecen los Bowles, y el círculo de escritores marroquíes y estadounidenses que atraídos por la presencia de aquéllos orbitaron en su entorno, y Juan Goytisolo, pues Rebón ha pasado largas temporadas en Tánger (de hecho, reparte su tiempo entre esa ciudad y Barcelona).

Quito, Oporto o Cagliari, ciudades en las que ha vivido, completan el mapa de ciudades de las que va levantando un mapa muy personal a través de las demoradas y estupendas páginas de este libro, ciudades que son siempre vistas a través del filtro de la literatura, cosa que, lejos de alejárnoslas, nos las acerca, como también nos acerca el enorme y extraño país que es Rusia a través de los muchos libros de su literatura que ha leído o traducido. Quizá los países y las ciudades no sean sino ficciones hechas a través del tiempo, hechas de las vidas de sus habitantes -que al cabo del tiempo, por muy reales que hayan sido, acaban desapareciendo o convirtiéndose en ficticias- y de las ficciones que los artistas han ido construyendo en torno a ellas y que son las que le dan el espesor, el encanto y el atractivo de eso que, a falta de otra palabra, llamamos vida. Verdadera vida rezuma este magnífico libro.

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