De libros

Orografía de la muerte

  • Combinando la crónica, la evocación histórica y el relato de viajes, el escritor sevillano Javier González-Cotta plantea en su nuevo libro una aproximación total a la batalla de Galípoli

Javier González-Cotta (Sevilla, 1970) en el barrio de anticuarios de Çukurcuma de Estambul.

Javier González-Cotta (Sevilla, 1970) en el barrio de anticuarios de Çukurcuma de Estambul.

En el imaginario más difundido, la Gran Guerra se asocia a las trincheras del frente occidental que tuvo como escenario los campos de Bélgica y Francia y algunos de cuyos episodios -Ypres, Verdún, el Somme- se han convertido en sinónimos del infierno en la tierra, pero sin salirnos del continente hubo también el no menos encarnizado frente alpino, en la frontera de Italia con Austria-Hungría, y asimismo el oriental, vigente hasta el triunfo de la Revolución rusa y el abandono de los bolcheviques de la contienda. Más al sur, frente a la península de Anatolia donde los declinantes otomanos habían entrado en la guerra junto a los Imperios Centrales, la batalla de Galípoli es el gran hito del conflicto que se tradujo en una sonada victoria defensiva de la que emergería el futuro líder de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Atatürk, entonces un bravo comandante que se distinguió por su valor y su visión estratégica. Allí, en el antiguo Helesponto, entre marzo de 1915 y enero de 1916, tuvo lugar el durísimo enfrentamiento entre las fuerzas anglobritánicas apoyadas por australianos y neozelandeses y el ejército turco asesorado sobre el terreno por oficiales alemanes, origen de la leyenda del caudillo indomable.

Interesado desde hace años por la historia y la cultura de Turquía, el escritor y periodista Javier González-Cotta ya había dedicado un libro de crónicas a la capital del antiguo imperio otomano, Estambul. Paseos, miradas, resuellos (2013), y rescató (2015) unas excepcionales memorias, Cuatro años bajo la Media Luna (1924) de Rafael de Nogales, en las que el aventurero venezolano -hombre de novelesca biografía que ejerció como "soldado de fortuna" al servicio de los turcos durante la "Guerra Magna"- recorrió los confines del imperio y aportó un testimonio de primera mano sobre los inicios del genocidio armenio. El propio Nogales es uno de los fascinantes personajes que, junto al citado Kemal, el general prusiano Liman von Sanders o el "maldito poeta" Ian Hamilton, responsable del contingente aliado, atraviesan las páginas de este Viaje planteado como un vasto reportaje panorámico.

Ante el estancamiento en Francia y las derrotas rusas, el envío de una fuerza expedicionaria a Turquía, como parte de una operación anfibia de proporciones descomunales que sólo admitiría el parangón con las posteriores acciones de Alhucemas o Normandía, tenía como objetivo final la toma de Constantinopla, pero nada salió conforme a lo previsto. En su historia de la Gran Guerra, La crisis mundial, 1911-1918, Winston Churchill -que se había opuesto al desembarco a gran escala- trató de justificar el desastre de los Dardanelos en el que él mismo, como primer lord del Almirantazgo, había desempeñado un papel crucial, pero lo cierto es que no lograría redimirse del fiasco sino décadas después, cuando vivió "su mejor hora". Aun estando en declive, los otomanos fueron capaces de contener la penúltima embestida.

El relato de González-Cotta brilla más en la reconstrucción histórica, narrada con excelente pulso narrativo a partir de unas pocas fuentes escogidas, que en los apuntes viajeros, aunque entre estos hay pasajes muy sugerentes como los dedicados a los cementerios que jalonan las costas del antiguo campo de batalla. Alternadas con el pormenorizado recuento de los hechos bélicos, las descripciones in situ evocan la singularidad geográfica del enclave, el poder evocador de una encrucijada varias veces milenaria, el recuerdo de anteriores disputas y la melancolía que, indisociable de las historias de heroísmo o sacrificio inútil, provoca la visión de las playas y las crestas -transformadas en "morideros"- donde se libraron combates que tiñeron las aguas de sangre. El balance de víctimas, señala el autor, no impresiona tanto por el número, relativamente bajo si lo comparamos con el de otras célebres matanzas del mismo periodo, como por lo que llama, en relación con el terreno y las continuas escaramuzas, una "orografía de la muerte". No en vano para los turcos, precisa González-Cotta, Çanakkale, como ellos lo llaman, no es propiamente un lugar, sino "una idea de lugar", algo parecido a un mito fundacional que permite hablar de victoria en la perspectiva general de la derrota.

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