De libros

Sombras en la niebla

  • Una nueva traducción devuelve actualidad a la primera de las obras en las que Patrick Modiano habló de sus orígenes familiares y de sus experiencias de infancia y juventud

Libro de familia. Patrick Modiano. Trad. María Teresa Gallego Urrutia. Anagrama. Barcelona, 2014. 208 páginas. 15,90 euros.

Como han señalado algunos de sus lectores de toda la vida, tal vez no sean las novelas más abiertamente autobiográficas de Modiano las más apropiadas para iniciarse en la obra del francés, pero tanto los devotos de siempre como quienes se han sumado en los últimos tiempos -Nobel o novelerías aparte, merece la pena- encontrarán en ellas el trasfondo real y las claves no literarias que sustentan su literatura. Antes de Un pedigrí (2005), donde el autor abordó de manera directa la historia de sus padres, Modiano ya había publicado Libro de familia (1977), título todavía temprano que recreaba, también en primera persona, varios de los escenarios y personajes vinculados a su memoria. La novela, que es más bien una colección de relatos o estampas autónomas, secretamente enlazadas como los tramos de cualquier biografía, ya tuvo una primera edición española en 1982 y vuelve a estar disponible en una nueva versión de María Teresa Gallego Urrutia, que ha traducido más de una decena de obras de Modiano e interiorizado como nadie entre nosotros la característica desnudez de su estilo.

Ahora lo llamamos autoficción, pero el término, asociado a la posmodernidad, no designa nada que no exista desde hace mucho. Lo fascinante de ambos libros, al margen de que funcionen como sutiles engranajes a la manera siempre elíptica de Modiano, es la información que aportan sobre un narrador que ha construido todas sus novelas partiendo de un puñado de obsesiones recurrentes, relacionadas con la "luz incierta" de unos orígenes que remiten al "olor venenoso de la Ocupación, ese mantillo del que procedo". Casi tres décadas separan al autor de Un pedigrí del treintañero que escribió este Libro de familia, pero ya aquí apuntaba Modiano a la poética de una obra que, tras la brillante trilogía inaugurada por El lugar de la estrella y el salto adelante (en el tiempo) de Villa Triste, estaba aún en sus inicios. Lo anuncia el epígrafe de René Char -"Vivir es empeñarse en llegar hasta el remate de un recuerdo"- y lo corroboran los quince capítulos del Libro, una reveladora colección de evocaciones aisladas que reconstruyen, en su verdad fragmentaria, los contornos de una identidad difusa.

Al hilo del nacimiento de su hija, el narrador piensa en el suyo propio, estimulado por la aparición de un antiguo amigo de su padre -el turbio hombre de negocios Albert Modiano, judío escondido en el París ocupado- que lo acompaña a una gestión en principio rutinaria, el alta en el registro civil, cargada de sentido para alguien que no sabe exactamente dónde nació ni qué nombres usaban sus padres por entonces. El episodio, primero de la serie, se presenta como detonante, y a partir de ahí comparecen los demás de forma desordenada, como a retazos o jirones. Otro amigo, este propio, que fingió haber fallecido después de la guerra -no pocos franceses tenían mucho que ocultar de sus actividades durante la Ocupación- y con el que el narrador, entonces un muchacho, soñaba viajar a China. El paisaje urbano, irremediablemente perdido, que rodeaba a la casa de su abuela. Los comienzos de la carrera como actriz de la madre, una joven flamenca que huía pero al final decidió permanecer en el país -luego se trasladó a París, donde conocería al padre de Modiano- cuando los alemanes conquistaron Bélgica. Una montería a la que el adolescente asistió contra su voluntad, acompañando a su padre interesado en cerrar un trato con personajes siniestros de la buena sociedad. La tarde en que fue testigo no directo de una muerte repentina y sintió, todavía veinteañero, que acababa su juventud. La participación como guionista en una película fallida. El hallazgo de la partida bautismal en Biarritz, donde vivió un año junto al hermano luego fallecido. El encuentro en Suiza con un antiguo criminal, cómplice de los nazis, que logró escapar tras la Liberación. La decadencia romana del antiguo rey de Egipto, abandonado a la nostalgia y los excesos. Un viaje en compañía del tío, decidido a instalarse en un molino para sentar la cabeza. La indagación en busca del rastro contradictorio de un artista de variedades, padre de una medio novia a la que mantiene un millonario. Los meses previos a la boda con su mujer tunecina. La visita, muchos años después, al piso en el que pasó la infancia, que activa los recuerdos como "capas sucesivas de papeles pintados".

El mencionado olor venenoso de los años negros se cuela por muchos de estos relatos, pero en ellos se reflejan de igual modo la soledad, el desarraigo, la melancolía del joven marcado por una "impresión de vacío" derivada de la certeza, aprendida desde niño, de que "las personas y las cosas lo abandonan a uno o desaparecen algún día". Seres equívocos, excéntricos o supervivientes. Jóvenes desnortados, licenciosos o soñadores. Una adolescencia errática, salvada -lo ha repetido Modiano, ya lo decía en estas páginas- por la decisión de dedicarse a la literatura: "Tenía diecisiete años y ya no me quedaba más que convertirme en un escritor francés". Libro de familia se abría con la imagen de la hija recién nacida, contemplada por el narrador desde el otro lado del cristal que lo separa de la habitación donde respira desde hace sólo dos días, y acaba con esa misma hija, ya de un año, dormida en sus brazos. "Todavía no tenía memoria", escribe Modiano, señalando una aparente obviedad que apunta a la sustancia última de su universo narrativo. Ser es, también o en buena medida, recordar, puesto que el pasado, incluso lo que sucedió antes del nacimiento, persiste, nos conforma -alumbra o hiere o las dos cosas- y no deja de proyectarse en el presente como las sombras en la niebla.

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