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Cultura

Trasnoches de España

  • Marcos Ordóñez regresa al Madrid golfo de los años 50 y 60 de la mano de Perico Vidal, vividor y amigo de las estrellas del cine que rodaron en el país.

Big Time: La gran vida de Perico Vidal. Marcos Ordóñez. Libros del Asteroide. Barcelona, 2014. 272 páginas. 18,95 euros

Este libro nace de otro libro, aquel Beberse la vida (Aguilar, 2004) en el que Marcos Ordóñez, columnista y crítico teatral de El País, sacó a la luz los días y las noches de Ava Gardner en el Madrid de los años 50 y 60, el Madrid golfo de los clubes de jazz, los tablaos y las ventas flamencas, el de los hoteles de cinco estrellas en los que se hospedaban las estrellas de Hollywood de aquellas runnaway productions que encontraron en España el plató natural y las condiciones fiscales más favorables.

En aquel libro, que convertiría luego en película-ensayo Isaki Lacuesta (La noche que no acaba), aparecía ya una figura esencial para contar aquella época y esos ambientes desde la esquina de la habitación, sin protagonismo aunque moviendo los hilos de un trasiego que desafiaba los límites sociales del franquismo con nocturnidad y alevosía, sabiendo utilizar el efecto glamour y los complejos de inferioridad de un país reprimido como tapadera para una vida alegre de áticos, piscinas y fiestas hasta el amanecer.

Esa figura era Perico Vidal, a quien Ordóñez siguió entrevistando hasta su muerte, en 2010, para desmadejar una España oculta y libertina, una España de flamencos, aristócratas y toreros, una España de cine y jazz de importación que supo vender sus tópicos y mitos como moneda de cambio para dejar entrar a la modernidad por los resquicios que el régimen consentía o ante los que hacía la vista gorda.

Asistente de dirección de infinidad de rodajes extranjeros en territorio español, también de numerosas películas españolas y coproducciones más o menos conocidas, Vidal creó a un personaje resolutivo, diplomático y encantador que pronto establecería estrechas relaciones personales con algunos de los protagonistas de aquel desembarco: Orson Welles, a quien conoció en el rodaje de Mr. Arkadin; Frank Sinatra, con quien llegaría a tener una estrecha amistad que lo llevaría a visitarlo a Estados Unidos e incluso a conocer a su familia; Ava Gardner, pareja del cantante por entonces, un animal maravilloso y herido que revolucionaba todo aquel lugar por el que pasara; o, en el que es el relato más detenido y afectuoso del libro, el director británico David Lean, con quien trabajaría sucesivamente en los rodajes de Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago y La hija de Ryan y del que Vidal se guarda los más grandes elogios hacia su profesionalidad, su talento y su calidad humana, hasta el punto de concluir que, con su ocaso y su muerte, en 1991, llegaron también el suyo propio y el de toda una época.

Pero también desfilan por este libro, escrutados por el juicio agudo de Vidal, Marilyn Monroe, Dean Martin, Elizabeth Taylor, Sofía Loren, Sam Spiegel, Terence Young, Carol Reed, Joseph L. Mankiewicz, Nicholas Ray, Marlon Brando, Omar Sharif, Roger Vadim y Jean Fonda (que fueron sus padrinos de boda en Las Vegas), Julie Christie o Robert Mitchum. A todos ellos, también a las principales figuras del jazz como Basie, Hampton o Elridge, los conoció o trató a lo largo de su carrera, y de todos ellos se guarda alguna anécdota o gesto dignos de ser contados.

Dividido en dos partes desequilibradas y nacido de las entregas periódicas en un blog, este libro pone orden a la voz y ensancha la memoria de Vidal como un relato a un tiempo heroico y melancólico: heroico por la vitalidad y el entusiasmo con el que leemos aquellos encuentros, la enorme cantidad de anécdotas íntimas, algunas de ellas, seguramente, tomadas de prestado, sobre el carácter o las costumbres de aquellas estrellas y profesionales del mundo del cine y la música; melancólico por lo que tiene de recuento testamentario de un tiempo perdido magnificado por la memoria, un tiempo en el que el cine aún era bigger than life, o al menos eso podía parecer a los ojos de una España gris en pleno desarrollismo planificado.

Hombre para todo, hombre en la sombra, conseguidor por excelencia, animador y anfitrión inmejorable, Perico Vidal fue uno de esos personajes fin de raza que exprimió la vida hasta la última gota, literalmente, un tipo de excesos que Ordóñez traza aquí desde una indudable empatía, haciendo coincidir su voz narrativa con la suya, dejando, eso sí, un hueco final para la de una hija perdida y reencontrada, Alana Vidal Diederich, que narra en un último tercio ese otro punto de vista, el de las caídas, las desapariciones, las recaídas y la vejez redimida entre Marbella y México, que si bien no completa el retrato, sí que compensa, no sin melancolía, el perfil de un currante incansable y un vividor privilegiado en una España en la que la alegría y el hedonismo eran sospechosos y el cine americano una mitología en presente.

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