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Más allá de la muerte

  • Los relatos de Alexéi K. Tolstói, primo segundo de León Tolstoi, figuran en la cumbre de la literatura de vampiros anterior al 'Drácula' de Stoker

Alexéi K. Tolstói retratado por el pintor realista Ilya Repin.

Alexéi K. Tolstói retratado por el pintor realista Ilya Repin.

La editorial Renacimiento acaba de publicar la que pasa por ser la recopilación más completa en español de la obra de Alexéi K. Tolstói (1817-1875), primo segundo del gran novelista ruso León Tolstói y escritor como él, aunque sus obras sean de muy diferente calado y repercusión en la historia de la literatura. El volumen se titula Vampiros, aprovechando el peso que entre estos relatos tienen los protagonizados por esas extrañas criaturas de las tinieblas que vienen a desvelar los sueños de incautos viajeros que se deciden a pasar la noche en desolados parajes o añejos castillos.

Tres son los textos de este libro que están conectados con esa amplia tradición terrorífica que atribuye poderes sobrenaturales sobre la vida y la muerte a seres capaces de escaparse de sus tumbas para alimentarse de sangre, que es, en la mayoría de los casos, el símbolo y trasunto del alma. Dos de ellos ya fueron publicados en español: "Una familia de vampiros" y "El vampiro". Se rescata ahora la traducción de la argentina Olga de Wolkonsky, que ha sido revisada y actualizada. El tercero, "Reunidos después de trescientos años", se publica por primera vez en nuestra lengua en una traducción de Aurora Rice.

Alexéi K. Tolstói nos devuelve en estos cuentos la imagen más puramente estereotipada del relato vampírico imbricado en la tradición folclórica de la Europa del Este. Resumen estas historias la mayoría de las convenciones del género, aunque añaden un inquietante matiz que nos invita a reflexionar sobre el verdadero carácter simbólico de estas historias: la herencia familiar. En estos relatos, la condición vampírica se transmite dentro del núcleo de parientes cercanos y se convierte así en una suerte de enfermedad endogámica de la que resulta tremendamente difícil escapar. Los personajes no pertenecientes a ese linaje degenerado no dejan de ser aterrorizados espectadores de hechos sobrenaturales que el autor recrea con sorprendentes recursos imaginativos. Apenas son tocados físicamente por los vampiros, más allá de algún beso propinado por alguna hermosa diablesa. A la condición de espectador se añade, eso sí, la condición de relatores de los hechos, relatores prolijos y capaces de colorear sus historias con sorprendentes aventuras amorosas y mundanas.

Rozan estos relatos "una estética abiertamente pulp", aunque puedan ser considerados, "junto al El vampiro de Polidori y Carmilla de Sheridan Le Fanu", como "la cumbre de la literatura de vampiros antes del Drácula de Stoker", como indica Luis Alberto de Cuenca en su prólogo.

Completan este volumen otros tres relatos de muy diferente corte, que no están directamente relacionados con el tema vampírico. El primero de ellos, Amena, es una desconcertante historia ambientada en Roma que tiene como personaje principal a un cristiano que traiciona su religión y a sus más queridos amigos para correr en pos de una hermosa diosa terrenal con la que se abandona a los placeres paganos.

Mucho más interesante es el evocador "Dos días en la estepa de los kirguises", un relato de aventuras que tiene como protagonista indiscutible la árida, salvaje y conmovedora estepa rusa. Tolstói despliega en él sus evidentes habilidades narrativas y pone de manifiesto sus conocimientos y su amor por las tradiciones y los pueblos de su patria, que tan bien conocía.

Pero la recopilación aún le deparará al lector una perla indiscutible: el delirante "Artemi Simionovich Bervenkovky", un curioso relato que guarda cierta correlación, aunque el asunto que trata sea bien diferente, con los textos vampíricos. Como en los clásicos del género, la aventura se inicia con un accidente fortuito que obliga a un viajero a pasar la noche en un lugar insospechado. Como suele ocurrir, el único sitio dispuesto para alojarse es la propiedad del señor de la aldea, que con diferentes argucias, lo obliga a pasar varios días en su casa. El inquietante anfitrión no es, sin embargo, un terrible vampiro, sino un inventor loco que pasea desnudo por el jardín, grita media hora al día por cuestiones de salud y compromete su patrimonio en disparatados proyectos. En este caso, el visitante no teme por su vida pero sí por su equilibrio mental puesto constantemente a prueba hasta que logra escapar por la tremenda.

Vampiros los hay de muchas clases, nos viene a decir el primo Tolstói, algunos se nos presentan disfrazados de dulces abuelitas, otros de hermosas mujeres con poder suficiente para doblegar nuestra voluntad y nuestros más arraigados principios, los hay también capaces de succionar nuestra energía mental a fuerza de ser pesados. Y contra todos ellos solo cabe un potente remedio específico: salir corriendo.

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