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En la ciénaga

Publicado del mismo modo que El sabbat por Cabaret Voltaire e introducido como el anterior por Alfredo Taján, que con razón reivindica al memorialista como un escritor de gran talento, el segundo volumen de las memorias de Maurice Sachs entra de lleno en los años negros de la Ocupación durante los que el autor francés -para el que la definición de maldito se quedaría corta- sucumbió a una espiral de abyección que acabaría con su oscura y temprana muerte en las cercanías de Hamburgo. Aparecido póstumamente en las prensas de Gallimard, La cacería (1949) narra la etapa final del crapulesco itinerario de un Sachs que ejercía como estafador y traficante en aquel territorio envilecido e irreal, pero ciertamente 'animado', que fue el París 'collabo', donde "este dandi peligroso" -cuyo relato completan las cartas que envió ya desde Alemania a su amigo el filósofo Yvon Belaval- vivió el 'esplendor' previo a la caída.

Siempre brillante pese a las barbaridades que cuenta, el delicado y venenoso Sachs transmite una suerte de cínico fatalismo que llega a convencer al lector de que sus delitos, confesados en estas páginas con una franqueza tan inusual como desconcertante, son poco menos que inevitables. Su faceta más seductora retrata a un personaje absolutamente novelesco que explota su magnetismo personal para entregarse a una vida desenfrenada, un libertino perseguido por los deudores que encadena los engaños y derrocha sus altos ingresos como si no hubiera un mañana. La más siniestra lo define como un pícaro sin escrúpulos que se aprovechó de la dominación nazi para hacer toda clase de negocios sucios a costa de la desgracia ajena. Su amoralidad es asumida por el autor de un modo tan desinhibido que sería hasta gracioso, si no conociéramos los principios criminales que regían la Europa del Nuevo Orden o el destino final de esos "israelitas" a los que Sachs se refiere como presas fáciles en unos momentos en los que sus vidas -al contrario que su patrimonio, disputado por una abominable red de carroñeros que labraron verdaderas fortunas- ya no valían nada.

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