Pablo Gutiérrez. Escritor

"Los clásicos son máquinas del tiempo que nos cuentan qué nos ocurre"

  • El autor onubense regresa a las librerías con su último título, 'Los libros repentinos' (Seix Barral), en el que indaga sobre el poder sanador y perturbador de la literatura.

El escritor, licenciado en Periodismo y profesor de Literatura onubense Pablo Gutiérrez regresa a las librerias con su última obra, Los libros repentinos (Seix Barral), en la que, con una mayor dosis de humor negro que en anteriores ocasiones, hace un elogio del poder de la literatura en momentos de descontento social.

-La protagonista de Los libros repentinos es una viuda reciente a la que, de pronto, llega por error una caja de títulos clásicos. ¿Cómo surgió el dar voz principal a una anciana socialmente inadaptada?

-No tan inadaptada. Reme es un personaje común, una mujer como tantas que vive en un barrio como tantos, y que se acostumbró a tragar todas sus miserias durante cincuenta años. Ni siquiera grandes miserias sino, también, miserias comunes, en un proceso de, sí, de adaptación al entorno, el barrio de suburbio adonde fue arrojada. ¿Por qué un personaje tan poco novelesco? Por la misma razón que mueve la creación de todos los personajes de mis novelas anteriores, que también son seres comunes: porque son reales, porque son la mayoría, y porque la literatura no habla de ellos. Casi nunca.

-Reme encarna otro de los temas de la novela: la vida no querida, la vida con la que, sin darnos cuenta, podemos encontrarnos.

-La vida de cualquiera de nosotros, con nuestras renuncias, a veces grandes renuncias que hacen que nos sintamos trágicos personajes frente al destino y que, casi siempre y a diario, incluye pequeñas renuncias contra nuestra propia felicidad, renuncias para la supervivencia.

-Durante años ha existido esta especie de que la cultura, a nivel político, no era tan importante: que eran los cacahuetes de cualquier presupuesto y cualquier programa. Sin embargo, pienso que es al contrario: que cierta clase política se sabe bien que la cultura es muy importante. Y que se actúa en consecuencia.

-No sé si quieres decir que desde el poder hay un plan consciente para desactivar la cultura, reducirla.

-Justo.

-Mira, creo que es aún más mezquino: creo que se actúa así por ignorancia, por desprecio hacia lo que no se entiende o hacia aquello que no te reporta ningún beneficio directo, inmediato. Por otra parte, este dilema, como todos los asuntos complejos, tiene dos caras: también la cultura se acostumbró demasiado bien a que Papá Estado pagara sus facturas y le permitiera vivir sin la preocupación del trabajo diario. Ya te imaginas que no estoy defendiendo la aplicación del liberalismo ni de la productividad a la cultura, pero también he percibido la sensación de quien piensa que la cultura debe en sí misma ser una actividad profesional, y ahí discrepo, saco las uñas, tal vez porque yo no soy un escritor profesional, de carrera, y porque me parece una figura muy negativa, muy mercantil.

-Hay varios nombres que saltan, implícita o explícitamente, por las páginas de este libro. Galdós, Valle-Inclán, Baroja. Parece que por radiografiar, nos radiografiaron el tuétano.

-Los clásicos son máquinas del tiempo que escriben desde el pasado para contarnos lo que nos ocurre a nosotros. Es escalofriante la sagacidad con la que Valle y Baroja nos previeron hace cien años. El lema de Valle en las asambleas del 15M hubiera sido algo así como "menos canciones y más decapitaciones".

-Pero es curioso que todas esas radiografías, tan crudas y certeras, hayan quedado tan olvidadas como pueden haber quedado los libritos de Cátedra que le llegan a Reme y que prenden la trama. ¿Por qué los hemos dado por hechos? ¿O por qué se han arrumbado?

-No creo que se hayan arrumbado, como dices, al menos no para mí no para mis alumnos. También este año, como todos, hemos leído en clase a Baroja, a Unamuno, a Lorca, a Machado, a Valle-Inclán. De hecho, al leer tú misma la novela habrás reconocido esos textos, que también formarán parte de ti como de todos los que hicimos bachillerato. A mí me pasa que yo repito curso cada año, entonces los tengo más cerca.

-El mensaje evidente del libro es que las palabras pueden accionar el cambio. Hasta cierto punto.

-Pueden cambiar una vida, la tuya, pero pueden poco, casi nada, contra el flujo continuo de todas las vidas.

-La acción de Los librosrepentinos es una especie de "Epopeya de las Nanocasas": se desarrolla a partir de la construcción de una serie de bloques de VPO durante el régimen. Tiene un nombre concreto, el Real Patronato de las Casas Baratas, y un lugar, Sevilla, aunque podría aplicarse a numerosos sitios.

-Era inevitable porque ése es el escenario de mi memoria, de mis recuerdos. Yo no utilizo, te habrás dado cuenta, la palabra Sevilla durante toda la novela, porque busco un espacio más amplio, una ciudad mediana de la Baja Andalucía como podrían ser otras. Y esa ciudad mediana está formada en mi cabeza con trozos de Sevilla y de otros lugares. Es una novela documentada pero no documental, de manera que las precisiones históricas que aparecen en ella están modificadas por el juego literario. Que nadie busque una realidad inmediata, porque todo está modificado por el discurso de la novela. Pero es obvio que, como se dice cerca del final, los acontecimientos que se narran sólo son ficticios hasta cierto punto.

-¿De dónde saca las claves para saber dónde mirar?

-Yo escribo rápido (relativamente rápido, quiero decir) pero procuro observar despacio, y no demasiadas cosas. Quiero decir, procuro hablar de lo que sé y lo que conozco, no hago grandes esfuerzos por abrir carpetas de un tema que me resulta ajeno, sino que busco entre las cosas que he vivido o las que tengo justo enfrente, y supongo que de ahí puede provenir el saber lo que decir, cierta autenticidad, si quieres llamarlo así.

-Hay una cita terrible que cierra el libro. Antonio Fernández, que fuera director general del Real Patronato de Casas Baratas, dice: "Toda nueva vivienda, por muy perfecta que sea construida, si se entrega a una familia que no sepa cuidarla no tardará en convertirla en un tugurio". Los peligros de la caridad, vaya.

-Sí, esa cita es un disparo contra el corazón de la novela y de sus personajes, y creo que era muy necesaria para situar en el contexto moral de una época (años 50 y 60) todo el proceso de construcción de las barriadas periféricas y las viviendas sociales que se alzaron para acabar con los cinturones de pobreza y de favelas (también nosotros tuvimos nuestras favelas), y que acabaron convirtiéndose en guetos, guetos sin alambradas pero guetos al fin y al cabo. Aquellas viviendas se cedían generosamente por el Estado, y esa cesión generosa era en realidad una trampa, un cepo que te anclaba a un lugar de donde no se sale.

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