Cultura

La frontera intelectual de Bartolomé de las Casas

  • Bernat Hernández firma una biografía apasionante del fraile y gran defensor de los indios, cuyas obras pueden ser hoy leídas como las de un contemporáneo.

Bartolomé de las Casas (1484-1566). Bernat Hernández. Taurus. Barcelona, 2015. 328 págs. 20 euros

La radicalidad del pensamiento de Bartolomé de las Casas y la fuerza de su verbo que todavía nos levanta del asiento cuando lo leemos (imagínense lo que pudo ser desde el púlpito de Ciudad Real de los Llanos de Chiapas en presencia de los encomenderos o delante de sus adversarios políticos en el Consejo de Indias) lo han convertido en un autor contemporáneo, de rabiosa actualidad, cuyos argumentos sirven de munición al debate jurídico sobre la gobernanza mundial o al diálogo ecuménico entre iglesias. Ese es el valor de un clásico, capaz de trascender generaciones y ser fuente inagotable de reflexión sobre las más candentes cuestiones de la actualidad. Un atractivo que ha sido irresistible para autores de tan distinto pelaje ideológico como Manuel Giménez Fernández o Ramón Menéndez Pidal y que todavía lo es para toda una estirpe de sociólogos lascasianos, pero que paradójicamente por exceso de admiración puede convertirse en el principal obstáculo de todo aquel que pretenda acercarse a su figura y no quiera incurrir en el elogio fácil o en el presentismo deformante y ramplón.

Conviene decir en seguida que Bernat Hernández orilla estos peligros y sale airoso del reto de volver, una vez más, sobre el defensor de los indios americanos, sin pagar el arancel de los discursos tendenciosos, que ya son muchos, que se interponen entre el contexto de concepción de sus obras y nuestra realidad. El método empleado por el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona ha consistido en recuperar los textos originales de Las Casas, insertarlos en su horizonte generacional específicamente dominico e indiano y presentarlos al lector sobre un mínimo guión biográfico para que los descubra con ojos nuevos, proporcionándole las claves ideológicas de la época donde hallará su exacta comprensión. Es decir, una labor humanista de arqueología textual de la que resulta un ensayo de biografía intelectual apasionante.

La frontera, violenta y desafiante, es el hilo conductor de este tejido de discursos que parecen cogidos a cordel de su sinuosa traza. Frontera física de los descubridores y misioneros que se desplazan del Caribe a Nueva España y, más tarde, al Perú. Y frontera intelectual, batalla interior del religioso que se rebela contra una realidad injusta e hipócrita, nacida de las contradicciones de la modernidad. El padre Las Casas empieza planteando la pregunta de la justicia en términos concretos ante el abuso y explotación de los nativos caribeños por los primeros conquistadores y encomenderos. Pero la experiencia de la frontera abierta en Tierra Firme le conducirá a ampliar gradualmente el alcance de sus interrogantes en un camino sin retorno que le va a conducir desde la impugnación de la "guerra justa" que se ha convertido en una coartada para la depredación despiadada sobre las comunidades centroamericanas hasta la reflexión de largo eco que esgrime en sus tratados peruanos, donde postula el contrato como fórmula política entre el rey católico y las comunidades indígenas representadas en sus señores y caciques.

De acuerdo a esta doctrina, los indios se convertirían en vasallos con pleno derecho e interlocutores directos del monarca, facultados para nombrar a sus propios procuradores y ser defendidos con plenas garantías en los tribunales como lo hacían los criollos. Naturalmente eran vasallos adoctrinados en la fe católica. Pues la deriva hacia el empoderamiento político y jurídico de los súbditos americanos que Bernat Hernández aprecia en las últimas obras del dominico se concibe desde la coherencia de un pensamiento de tradición escolástica y una fe contrastada en las bondades de la evangelización por métodos misioneros pacíficos. No podía ser de otra forma en quien había dedicado su vida a defender la cristianización pacífica como el medio más justo y eficaz para garantizar la lealtad política de los vasallos de ultramar e incluso el que mayores rendimientos económicos podía reportar a la Corona por medio de los tributos.

Que la experiencia de la misión de Verapaz fuera torpedeada por los intereses de los encomenderos y la desconfianza de los caciques terminara por abortar este proyecto de gobierno pastoral dirigido por los dominicos, no le arredró para perseverar en sus convicciones de que otro orden colonial era posible. Su voz no fue callada. Sus obras circularon a pesar de la censura. Su influencia, arropada por la sólida red de apoyos de la orden de predicadores, inspiró leyes ecuánimes y tolerantes aunque luego se retocaran o simplemente no se cumplieran.

Las zancadillas del poder civil y los recelos a sotto voce de algunos eclesiásticos, incluso dentro de su propia orden, parece que lo impulsaban hacia planteamientos cada vez más ambiciosos, explorando regiones intelectuales más alejadas. En la polémica con Ginés de Sepúlveda había demostrando la ilegitimidad de una conquista, fundada en la falsa atribución de la naturaleza bárbara a los indígenas. En la Apologética Historia, una de sus obras mayores, elogió precisamente sus antiguas civilizaciones. El Confesionario exigió la restitución de tierras y bienes a los desposeídos. Y en fin, la Historia de las Indias quiso dejar su propia visión de la conquista sustentada en la idea de misión evangélica. En todas sus obras subyace un profundo sentido ético y un verbo que nos sigue aguijoneando y nos rebela. Lo propio de un pensamiento de frontera.

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