de libros

Al oeste de Irlanda

  • Como en su primera novela, la gran escritora Edna O'Brien volvió a demostrar en 'Un lugar pagano' su maestría a la hora de describir el paisaje y las gentes del país de su infancia

Retrato de juventud de Edna O'Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1932), cuyas memorias publicará también el sello Errata Naturae.

Retrato de juventud de Edna O'Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1932), cuyas memorias publicará también el sello Errata Naturae.

De Edna O'Brien habíamos leído sus estupendas biografías de Byron y Joyce, autor con el que la irlandesa comparte algo más que la nacionalidad, pero no ha sido hasta la reciente publicación de sus primeras novelas por Errata Naturae -aunque había algunas otras disponibles en castellano- que nos hemos acercado a una obra narrativa tan celebrada fuera de España como apenas conocida entre nosotros, antes de que Regina López Muñoz tradujera Las chicas de campo (1960) y las dos secuelas que conforman su trilogía inaugural. Diez años posterior, Un lugar pagano fue la séptima novela de O'Brien y guarda con la primera una estrecha relación en la medida en que recrea, como esta, la infancia y adolescencia de una muchacha en un pequeño pueblo del oeste de Irlanda por los mismos años en que la autora vivió experiencias muy parecidas -las propias las cuenta en sus memorias, Country Girl (2012), en vías de ser traducidas para la misma editorial- a las de protagonistas que comparten no sólo el escenario, ese entorno rural a la vez hermoso y opresivo, sino también figuras como el padre borrachuzo y la madre sufridora, el contexto de una economía familiar asediada por las deudas o la problemática iniciación a la vida adulta. Respecto a la forma, sin embargo, la novela ahora conocida, manteniendo la frescura y una engañosa apariencia de sencillez, se aparta del registro lineal, prescinde de los diálogos en estilo directo y opta por un intenso relato en segunda persona que acentúa el tono confesional y la impresión autobiográfica.

"Era un lugar pagano y circular. Allí habían celebrado sus ritos los druidas, mucho antes de que nacieran tu madre o tu padre, sus respectivos padres o cualquiera cuya existencia tú conocieras". El pasaje, tomado de las primeras páginas y referido a una "fortaleza de árboles misteriosos" situada en el camino de la escuela, contiene el título, pero la mención al paganismo tiene un cierto componente de ironía, dado que más allá del folclore céltico es la religiosidad católica la que pauta, impregna, condiciona o somete la vida de los aldeanos de un modo que no deja resquicio a ninguna desviación de la norma. Las referencias al racionamiento o los bombardeos del Blitz y algunas noticias aisladas -las retransmisiones radiofónicas de lord How How, la 'vergüenza' de que hubiera un contingente de soldados irlandeses combatiendo junto a los ingleses- permiten datar el grueso de la narración en los primeros años cuarenta, durante la Segunda Guerra Mundial que en la neutral Irlanda abrió el llamado periodo de Emergencia. Hay otras anteriores que aluden a los camisas azules que combatieron del lado de los sublevados en España o más atrás en el tiempo a los Black and Tans, que como explica la traductora eran los integrantes de la fuerza paramilitar británica enfrentada al ejército irlandés durante la Guerra de la Independencia. Pero son datos dispersos y al cabo irrelevantes, pues el mundo que recrea la novela es el de una sociedad agraria anclada en una edad inmemorial, 'protegida' de las influencias foráneas y acogida a los rígidos principios, tan familiares para los lectores españoles, del nacional-catolicismo.

Encadenando recuerdos y asociaciones en párrafos que se suceden a un ritmo admirable, la voz narradora es la de una mujer que se dirige a la niña que fue y asume hasta cierto punto su perspectiva, donde se mezclan la inocencia, la perplejidad, el miedo y la sensación de asfixia. La belleza idílica de los paisajes o de la antigua forma de vida que caracteriza a sus habitantes, miembros de una comunidad reducida que permanece ajena a los cambios del siglo, no oculta un trasfondo de brutalidad o de violencia soterrada, especialmente visible en el papel ancilar de las mujeres sujetas a la doble autoridad patriarcal y eclesiástica. Las omnipresentes nociones de culpa y pecado torturan las almas y tampoco los hombres -criaturas dominantes pero no menos desvalidas, a su manera víctimas de la misma mentalidad represiva- escapan a una atmósfera claustrofóbica que propicia la automortificación, las murmuraciones o las denuncias anónimas. El sexo es el tabú por excelencia y el cuerpo femenino, un misterio insondable que la muchacha, lógicamente obsesionada, debe descubrir por su cuenta.

De lo dicho podría deducirse que O'Brien, como de hecho pensaron muchos de sus compatriotas, impugna todo lo relacionado con el país de su infancia, pero lo cierto es que las páginas de Un lugar pagano, pese a su dureza, muestran un íntimo vínculo con las cosas de Irlanda y que la narradora, que siente hacia su yo del pasado la piedad de la que hablara el poeta, retrata a sus paisanos con una mirada compasiva, no desprovista de amor a la tierra. Son gentes sencillas cuyas desgracias conmueven, personajes como la maestra loca, la niña tísica, el mozo de pocas luces o la hermana "perdida", que se ha marchado a la ciudad y provoca con su desinhibido comportamiento la 'deshonra' de la familia. La protagonista sabe que debe huir y elige aquí, en las últimas páginas, un destino imprevisto, aparentemente contradictorio con su deseo de emanciparse, pero el itinerario descrito no es distinto en lo fundamental al narrado en Las chicas de campo. Como en otros casos de autores reprobados en su día por los moralistas, el componente escandaloso de las novelas de O'Brien se ha diluido bastante e incluso cabe afirmar que ha evolucionado en una dirección inversa, la que enseña, frente al imperativo de la sumisión, el difícil camino de la vida en libertad.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios