De libros

Las quemaduras del tiempo

  • Ignacio Arrabal firma en su novela 'Hasta que sea verano' una historia de descubrimientos, pasiones y heridas con el fin del estío como horizonte

Ignacio Arrabal, en una imagen reciente.

Ignacio Arrabal, en una imagen reciente.

El verano parece hecho para recordar. Es un paréntesis de diseño gozoso y hedonista en el trascurso consuetudinario del tiempo. Pero hay veranos específicamente inolvidables porque las marcas que dejan más adentro de la piel son inconfundibles, no pueden entretejerse ni solaparse con las marcas de otros veranos, son marcas definitivas y profundas y decisivas para nuestro futuro. Estos veranos suelen estar ligados a la juventud, a las fronteras del adiós a la adolescencia, a la vitalidad, los descubrimientos exteriores e interiores, los miedos y los sueños, las turbulencias y las adivinaciones de los días jóvenes. Sobre ese tiempo ha escrito Ignacio Arrabal Hasta que sea verano, la nueva y excelente novela del escritor nacido en Sanlúcar de Barrameda.

Hasta que sea verano pertenece a esa estirpe de novelas que hacen del esplendor de las horas o los días de ocio, del privilegio de las vacaciones, un espejismo radiante, roto finalmente en añicos por la irrupción de la tragedia, por la invasión de la muerte, por la conciencia individual y colectiva de la desolación. La muerte -una muerte - se anuncia ya en las primeras líneas de la narración, pero más inquietante que el hecho luctuoso en sí es el tono que adopta el narrador en primera persona para rescatar la encrucijada vital y emocional que supuso, para los cuatro amigos en torno a los cuales giran los acontecimientos, aquel verano: un tono reflexivo empapado por una prosa llena de armonía y de meandros delicadamente inesperados, un tono dolorido que, sin embargo, no quiere ni puede evitar el esplendor del mar y de las noches, la ebullición de los cuerpos, los estallidos amorosos, los desasosiegos resplandecientes, y a veces lacerantes, de los vientos y las mareas del aprendizaje de la vida.

Chicos bien y de ciudad que veranean en un pueblo costero, un chico del pueblo con una biografía hiriente y conmovedora, chicas del pueblo que aprenden a salvarse, y una familia francesa, desinhibida e hirviente: un matrimonio con un hijo atormentado y una hija irresistible que lo resquebrajan todo. La novela refleja una moralidad -nada que ver con el concepto convencional de moral- en construcción, una sociedad española en tránsito hacia la modernidad social y sentimental, un retrato generacional marcado por la transgresión como etapa inevitable para alcanzar la madurez. Y una intriga que no tiene tanto que ver con los acontecimientos -que también- como con la manera de ser contados esos acontecimientos y con el instrumento que el autor utiliza para contarlos: una escritura muy sabia, muy cuajada, muy medida y muy fluida, pero también reverberante, capaz de aunar con mucho oficio el yo y el nosotros, capaz de seducir al lector con la calidad de página y la calidad de párrafo, brillante en los remates de los capítulos, en la capacidad para combinar planos temporales y lingüísticos, y en las sorpresas de la adjetivación y los recursos descriptivos. Una novela extraordinariamente bien contada y extraordinariamente bien escrita.

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