Cultura

Una teoría del gris

  • El escritor Justo Navarro dibuja una atmósfera oclusiva en 'Gran Granada', una sólida novela negra ambientada en el viaje que Franco realiza en 1963 a la ciudad de la Alhambra.

Gran Granada. Justo Navarro. Anagrama. Barcelona, 2015. 256 páginas. 18 euros.

Gran Granada es una buena novela negra, urdida con solidez y pericia. Es también una obra escrita con una deliberada, con una precisa imprecisión, en la que los datos bailan y se obstruyen, sin que el lector acierte a concretar sus sospechas. A esto debe añadírsele una cualidad, no por menos obvia, carente de relieve. Al contrario: junto a una medida ambigüedad, bajo una atmósfera oclusiva, Gran Granada es, de algún modo, una teoría intelectual del franquismo. De un franquismo, por otra parte, que abandonaba ya la estrechez lacerante de las primeras décadas (los hechos ocurren en 1963), y que sin embargo muestra una robusta arquitectura, basada en la sospecha, en el miedo, en la delación, en la culpa. Este andamiaje sociologico, vale decir, político y social, es el que encarna el comisario Polo, protagonista ubicuo y elusivo de las presentes páginas, caracterizado como una vieja gloria provinciana de los primeros días del alzamiento.

En efecto, el comisario Polo es una vieja gloria del año 36, de enorme estatura y unas gafas gruesas, abisales, onduladas por un exceso de dioptrías. Pero el comisario Polo es otra cosa; es también el ojo del poder (un ojo insomne y multidireccionado), con una irremisible fascinación por las nuevas tecnologías. Para Polo, para su inteligencia predictiva, los avances en telefonía y televisión, ya visibles en la España de los 60, serán con el tiempo una utilísima herramienta policial, que permitirá el control exhaustivo de la población, así como una inmediata prevención del crimen. Se trataría, pues, de una españolización del sueño aciago del Gran Hermano, y de un trasplante de las grandes distopías de la anteguerra a la escuálida sociedad franquista. Sin embargo, ésos son tanto el error como el infantilismo en los que incurre Polo. El error, por cuanto una mayor eficacia tecnológica (y Polo utiliza bien la que posee), no hará sino perfeccionar una situación de por sí estática y perfeccionada: el estado policial que agavilla y compacta la sociedad de la dictadura. El infantilismo, porque es la propia sociedad franquista, sus relaciones oblicuas de poder, su persecución de la disidencia política, de la singularidad sexual, de una costumbre inadecuada, la que facilita y crea, mediante la coerción y el arbitrio de las clases favorecidas, los crímenes narrados en Gran Granada.

Así, cuando la gran inundación del año 63 propicie la visita del Generalísimo a Granada, esos mismos resortes oficiales propiciarán la especulación urbanística de una élite opaca. En buena medida, pues, los asesinatos de Gran Granada son indiscernibles de la sociedad que los investiga y los padece. Y el comisario Polo, ojo cenital y oído polifónico de la ciudad provinciana, no hará sino utilizar sus recursos para perpetuar el secreto. Ahí reside, sin duda, el ambiguo magnetismo del comisario Polo: su modo de actuar no es el de un agente de la justicia, sino el de un conspicuo y sinuoso profesional del orden. Aún así, las acciones de Polo parecen buscar alguna forma de reparación. Si el consejero Goethe, en frase tan célebre como tergiversada, declaró que prefería una injusticia a un desorden, el orden policial del comisario Polo es ya, de algún modo, la expresión plástica de una idea de justicia. Una justicia preventiva, secreta, basada en la delación y el espionaje, que impedirá que nadie se extralimite en sus actos. Esa es, en suma, la sociedad atenazada y silente, hipócrita y malversadora, que se desprende de la lectura de Gran Granada.

Por otra parte, cuando antes dijimos que Gran Granada está escrita con una precisa imprecisión, nos referíamos a dos aspectos de la escritura de Justo Navarro: por un lado, a una prosa escueta, incisiva, notablemente elaborada; y de otra parte, al riguroso desorden de los hechos, que se presentan barajados para que el lector atisbe y no concluya, quedando en suspenso tanto el carácter último de sus personajes como la propia secuencia de la trama. Podríamos decir, a modo de conclusión, que Gran Granada recuerda en algún momento al ambiente y la civilidad malsana del Tatuaje de Vázquez Montalbán. No obstante, lo que allí era codicia junto al azul del mar, aquí se resuelve en una oscuridad levítica.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios