el poliedro

José Ignacio Rufino

El ancla feminista sindical

Los sindicatos de clase se están enfocando a un filón que no es nuevo para ellos: los derechos de la mujerLa huelga del 8-M y la manifestación posterior muestran que UGT y CCOO se reconvierten

La estrategia es la clave de la supervivencia de una organización, salvo que a ésta le acompañe la fortuna o la ayuda de los dioses de la competencia (aceptamos corrupción como dios de compañía estratégico). Recordémoslo: la estrategia es la forma concreta de adaptación de las cualidades propias -recursos, capacidades- al entorno donde la empresa navega, o sea: clientes, proveedores, competidores vigentes o potenciales, productos o servicios sustitutivos. De la coherencia y engrase entre lo que la organización es (sus fortalezas y debilidades) y lo que el contexto impone (oportunidades y amenazas) emerge el diagnóstico de la situación. Los cambios bruscos del entorno, hoy llamados disrupciones, pueden dejar obsoleta a una empresa que fue exitosa durante décadas: le pasó a la industria del automóvil o el acero estadounidense, al tiralíneas y después al roting, al ferrocarril ahora resucitado, a los grandes almacenes de lujo para clases medias donde hay de todo y da alto nivel de servicio y garantía; a tantos otros modelos de negocio y sectores de actividad.

Este esquema es aplicable no sólo a empresas que operan en competencia con otras en el mercado, sino también entidades como hospitales públicos, asociaciones sin ánimo de lucro, partidos políticos y sindicatos, o para la propia Iglesia: la adaptación de lo que uno es al medio no es más que una exigencia biológica de, ya decimos, supervivencia. Vayamos a los sindicatos; a los españoles. A los llamados "de clase", o sea, que surgen de la necesidad de defensa de los derechos legales y legítimos de los empleados por cuenta ajena frente a las empresas que los emplean. Un logro social de primer orden que se generalizó e institucionalizó en los países con democracias constitucionales efectivas en la segunda mitad del siglo XX. En el siglo XXI se quedaron con los pies colgando por los bajos niveles de afiliación, algunos casos de nepotismo doloso con partidos afectos, cursos de formación como vía alternativa de ingresos, concertación social -el caso andaluz es paradigmático- que apuntalaba las estructuras no sólo de sindicatos sino de patronales poco representativas y menos acreditadas -mencionemos a Díaz Ferrán- y, en fin, necesidad de redefinición estratégica. Nadie hablaría de ellos cuando hubieran muerto.

El feminismo, aunque nunca les fue ajeno, ha abierto a los sindicatos una vía para este propósito. Para un nuevo discurso, ya no sólo de clase sino muy de género, en el que han echado mucha carne en el asador. (Que no es poca carne; porque si estaban dormidos no dejan de ser elefantes). La huelga del 8-M, unida a la manifestación de gran éxito, ha sido aprovechada por los sindicatos como el último tren amoroso de una persona solitaria en su madurez a quien se le seca el cemento bajo los pies. Esperemos noticias estratégicas tras este éxito parcial. La reclamación feminista no es, huelga decirlo, cosa suya en exclusiva. No son ellos quienes, por tener más medios públicos o autogenerados, deben establecer el paradigma ni dogma alguno de los derechos de las mujeres, es decir, qué es virtuoso o desviado en tal defensa. Lo que está dentro del o fuera de la buena praxis feminista y sus lenguajes (cosa que apesta tanto tantas veces). La contribución pública de los sindicatos debe renovarse, y puede. La renovación de sus recursos y capacidades debe adaptarse a un contexto nuevo. Con cosmética sacerdotal, cero cartón será su futuro estratégico. Con afán de descubridores o codazos de pionero, su papel se devaluará. En el nuevo universo de la sacrosanta transversalidad -qué fatiga va dando la palabra-, la metamorfosis de los sindicatos, CCOO y UGT sobre todo, es uno de los asuntos político-económicos más interesantes de los tiempos que corren en este país.

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