Se les dan muy bien los golpes de efecto, como aparecer con unas urnas como si el hecho de contar con urnas significara ya que el referéndum va a ser legal y con todas las garantías. Tener una urna o veinte mil no convierten la consulta de mañana en un referéndum con las garantías mínimas, convocatoria oficial, respetar los plazos, censo... y todo lo que se ha repetido hasta la saciedad en estas semanas en las que Puigdemont y los que apoyan su desafío se han saltado todas las normas establecidas. En España y fuera de ella, las características de su invento son, tal cual, las que promueven las dictaduras puras y duras.

Tienen urnas, pero no tienen razón. Aparecerán papeletas, pero no tienen razón. Incluso se abrirán algunos colegios, pero no tienen razón. Ni les ampara la ley, ni el Estado de Derecho, ni la comunidad internacional , ni la UE ni la Constitución.

El fracaso está asegurado pero la fractura social es profunda, seria, y hay que ponérsela en el haber de Puigdemont, aunque éste trata de cargar las tintas contra el Gobierno por la energía con que se ha plantado ante los independentistas y el referéndum. Un Puigdemont que necesita como el comer su minuto de gloria. Nadie olvida en Cataluña que no fue candidato a presidir la Generalitat, donde llegó de rebote cuando la CUP, para apoyar un Gobierno de Junts pel Si, exigió la cabeza de Artus Mas. Y Mas eligió a Puigdemont, al que consideraba el más acomodaticio de sus posibles sustitutos… para manejarlo a conveniencia.

No nos cansaremos de repetirlo: el pueblo catalán, independentistas y no independentistas, merecen más que un presidente condicionado por los antisistema, que trampea y miente para conseguir sus objetivos porque sabe que si no jamás podría conseguirlos. Los políticos tienen derecho a promover la independencia de su territorio, pero siguiendo los requisitos necesarios. Sin embargo, han colocado a ese territorio en la situación más delicada de su historia. Nada será igual a partir de mañana.