España

Menos da una piedra

Dicen los cronistas que circula por Washington el siguiente chiste: una feligresa tiene previsto parir el próximo 4 de noviembre (cuando se celebrarán las elecciones presidenciales en EEUU) y le pide al párroco de su iglesia que le proponga algún nombre para su futura hija. La sugerencia que le hace es doble: si gana McCain, Milagros; si lo hiciera Obama, póngale Socorro. Esto es: cabe encomendarse a la divina providencia a la espera de que salte la sorpresa o bien echarse a temblar ante el triunfo más previsto. Una chanza similar podría hacerse de cara a las autonómicas vascas, aunque el milagro sería el del cambio y que Dios nos pille confesados si ganan los de siempre. No obstante, a tenor de los últimos acontecimientos electorales, sería más terrenal que prodigioso que Patxi López sea lehendakari.

Mucho más impactante es el fenómeno que se pudo presenciar ayer en Sabin Etxea, donde Íñigo Urkullu ejerció de anfitrión de Antonio Basagaoiti, algo increíble -una reunión entre los máximos dirigentes de PNV y PP- hasta hace muy poco tiempo. Concretamente hasta el 12 de julio, cuando María San Gil cedió los trastos del partido a su compañero, que tenía muy claro que había que salir de la burbuja y que negarse a hablar con el resto de partidos que conforman el enconado escenario de la política vasca quizá pueda pasar por digno pero sólo conducía a un aislamiento de manifiesta esterilidad electoral . Un abismo entre populares y nacionalistas que se remonta a la etapa de Mayor Oreja, que rompió en 2001 la baraja del diálogo con el ¿sempiterno? lehendakari Ibarretxe.

Basagoiti llega con la mano tendida, que no hay que confundir con la cabeza gacha. No. Que en todos los sitios son necesarios políticos de altura (de miras al menos, intelectual es mucho pedir) y en Euskadi más. Y Basagoiti llegó ayer como un campeón a Sabin Etxea, le dijo cuatro cosas a Urkullu sobre "el rollo ese de la independencia" y adiós muy buenas.

Mucho menos da una piedra.

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