Toros

Tarde para manzanaristas

  • El mano a mano, con gran ambiente, se salda con el triunfo del torero alicantino frente a un Morante que sorteó los peores toros de Juan Pedro

El viento, los toros, las ganas de comer... el mano a mano que abría el abono de la feria de Jerez se saldó con un triunfo de Mazanares, más de ruido que de nueces, quien desorejó al buen tercero de una corrida justita de todo.

El festejo tuvo dos tiempos, una primera parte sin resultado, con un Morante sin materia prima y más bien a verlas venir en sus dos primeros toros; y Manzanares con un primero de su lote -con el que estuvo más bien tangencial, sin comprometerse en el embroque- con más notorias posibilidades.

Cierto es que el levante no tuvo piedad y flameaba descontroladamente los engaños. A la vez Manzanares oficiaba con sus habituales formas, elegante, con empaque y templado, pero con abundante parsimonia entre tanda y tanda. Compuesto, pulcro y templado con un toro suavón, pero sin que aquello cobrara relieve. Aun así, seguro que hubiera recibido una oreja si llega a matar a la primera. Tesis que se reafirma con lo que pasó en el sexto.

La tarde cambió con el cuarto, el mejor del encierro, y la faena de Manzanares rompió con la música.

La banda Acordes de Jerez estrenaba Luis Parra Jerezano de Antonio Puerto y arreglos de Domingo Díaz. Manzanares citaba con la zurda al tiempo que sonaba el solo de trompeta del pasodoble, y esperó citando a que el músico rematara para ligar la serie.

Fue el momento en que rompió la fiesta. Hasta entonces ni los toros permitieron subrayar el toreo, y el viento disipaba a los toreros. Tarde de silencios de expectación, casi sevillanos. Tal vez al buen vahído de la música de Luis Parra en sus cincuenta años de alternativa se sumó la presencia de tres artistas de la sonanta como Manolo Sanlúcar, Manuel Mora o Paco Cepero, o el rajo de Manuel Moneo. Quién sabe. Pero el público se embriagó desde ese momento y subió el nivel el torero.

El veterano matador estaba contento, hoy a las doce se devela un azulejo en la plaza de toros para recordar la efemérides: cincuenta años de matador y un capítulo escrito con honradez y torería en la historia del toreo jerezano.

Y desde ese momento de embriaguez, para satisfacción manzanarista, la serie al natural, otra por la derecha dibujando el cambio de mano y las palmas por bulerías mientras el torero se armaba.

El remate por bajo de la faena, el punto de emoción con el toro que se quedó debajo en el pase de pecho, la certera estocada, las dos orejas y el aplauso en el arrastre para el muy buen toro de Juan Pedro.

Morante quiso mucho en el quinto, pues se quedaba fuera. Per el toro era un mansón sin recorrido ni entrega y el de La Puebla tuvo que resignarse a moverse entre la pincelada y el garabato, entre fogonazos geniales y enganchones. Para colmo, fue una tarde espesa a la hora de manejar el estoque.

Aún quedaba fiesta en el sexto, toro distraído, sin entrega ni fijeza y que sacaba y metía la lengua de modo desagradable. Manzanares cortó una oreja que armaron los entusiastas del artificio porque la verdad es que tampoco pasó nada. El alicantino fue fiel a su cliché, citando de largo para redondos pero, de nuevo, sin hondura. Tras un primer intento al natural, sí que tuvo remate una segunda serie en una labor que el público siguió indiferente. Hasta que de nuevo calentó citando a recibir. La estocada a la segunda hizo sacar los pañuelos con facilidad, pero sin veracidad.

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