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Flamenco edición limitada

  • La bailaora y pintora Luisa Triana expone. hasta el 8 de marzo, en la Sala Compañía una serie de obras de originales plasmados en cerámica que recorren parte de su trayectoria

Qué sería del brillo de un azulejo sin el baile que guarda dentro. Sin el gesto, el sudor de un bailaor, un volante, una mirada, un tiempo. Qué sería de tanta expresión, empaque, empuje, amor y arte del flamenco si no lo inmortalizara el pincel, el carboncillo, el lápiz dominados por los dedos de Luisa Triana. La Sala Compañía acoge hasta el 8 de marzo la muestra ‘Momentos flamencos’, respalda por Acoje. Obras de distintas épocas plasmadas en papel, lienzo o tabla que la artista de Triana ha pasado a la cerámica. Un embrujo, una bata de cola, una soleá, un joven Israel Galván... “Y una chica que me posó para muchos cuadros. Una nena, Carmen, a la que le agradezco su paciencia”, precisa sobre uno de los títulos. En una de las piezas es ella misma la protagonista, pintada en su día por Carlos Ruano Llopis, con quien coincidió en México. El Güito, Camarón, Carmen Amaya... forman parte de su colección privada “que nunca venderé”. 

Rodeada toda la vida de mucho arte, hija del célebre bailaor Antonio Triana, que trabajó con La Argentinita, Pilar López y Carmen Amaya en los 40, Luisa (Sevilla, 1933), la mayor de tres hermanas, ha sido por ende bailaora, actriz y pintora. La Argentinita fue su madrina de baile al presentarla por primera vez en un escenario a los 6 años, edad en la que empezó a trabajar y se marchó de gira con su padre a América. “También he actuado y doblado películas para Buñuel, porque mi español no tenía acento mejicano. Pero el mundo del cine no me llamaba la atención. Yo tenía que moverme”, ríe mientras gesticula un baile. Allí donde fuera, Cuba, México, Nueva York, Hollywood, París..., siempre estaba rodeada de artistas, “que me animaban a bailar y a dibujar”. Y dibujaba el baile, de hecho, estudió Anatomía para poder conseguir las posturas con la fuerza que a ella le gusta representar. Fue alumna además de pintores como Will Foster, Nicolai Fechin y Carlos Ruano Llopis quienes dejaron una impronta imborrable en su trabajo. Con acento andaluz sobre una base mexicana, francesa, española..., se sabe por su manera de hablar que se tiene delante a una persona que se ha bailado el mundo. 

Afincada desde hace 20 años entre Sevilla (Triana) y Jerez, “porque tengo ascendencia jerezana”, ha venido al Festival para mostrar su trabajo antes de marcharse a Rusia a exponer allí. E intenta acudir aquí a los espectáculos que puede, “y me ha dado mucha pena perderme a Luisa Palicio, porque también tengo mis gustos. Y me gustan los experimentos, pero soy tradicional. Lo que sí puedo criticar es que algunos bailaores recurren a las bulerías para asegurarse de que les toquen las palmas. Pero si usted empieza por alegrías, por favor, acábeme por alegrías, que es como debe de ser. La bulería es maravillosa, pero debe ir en su sitio”.  

Cree que en Jerez hay mucho arte, “pero es difícil ser el mejor. Aún así, la calidad y la constancia repercuten”. Recuerda que antes, “había menos artistas, estábamos muy mimados. Hablo de hace 50 años. Hoy hay que buscarse más el trabajo”. Madre de un hijo, tiene tres nietos y tres bisnietos que han heredado su gusto por el arte. Maestra de artistas, la maldita rodilla no le deja zapatear. Son las manos hoy los pies que dibujan su baile. 

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