Hablando en plata

Historias flamencas Las coplas flamencas

H ablemos de las coplas flamencas, esas que son el altar donde el pueblo andaluz ofrece todos sus sentimientos al cantar por soleá, por seguiriyas, fandangos, malagueñas, serranas o bulerías… Las coplas nacen de lo más hondo del espíritu flamenco de los andaluces, para exaltar su amor y su filosofía de la vida. Unas coplas que apasionaron a “Demófilo”, el padre de los Machado, que escribió un libro sobre ellas, y a don Francisco Rodríguez Marín, que le dedicó toda una fiesta, en el Ateneo de Madrid, hace de esto cien años, así como a numerosos tomos con cientos y cientos de letras de coplas inolvidables, de esas que cuando el pueblo las cantaba nadie sabía su autor, porque eran de todos y nadie en concreto.

Las coplas flamencas están en el origen del flamenco, junto con su música y la persona que las canta, y ellas son la fina y delicada envoltura de los sentimientos más arraigados de quien las interpreta como suspiros que se hacen música, conforme sus versos van brotando de un corazón herido.

Rodríguez Marín, que era andaluz de Osuna (Sevilla), y que tanto las estudió y recopiló,  decía que “son principales cualidades de la copla  la espontaneidad, la claridad y la sobriedad. A la espontaneidad se debe una excelencia que para nosotros la quisiéramos, los versificadores cultos: la poesía del pueblo no tiene ripios. El estro popular acuña la copla de una vez, de un martillazo, y así no le ha caído aquella donosa maldición de Quevedo que condenaba a aconsonantar de por vida madre con taladre e hijos con prolijos. Y es clara la copla, porque el pueblo que hace gala de llamar al pan, pan y al vino, vino no sabe de las turbiezas  y amanerados tiquismiquis que los demás gastamos, y esa ventaja nos lleva. Y en cuanto a la sobriedad, es tan sobrio el pueblo en su elocución  poética, que no se le puede suprimir una palabra sin dar al traste con toda la copla”.

Esto llevaba al erudito Domingo Manfredi a considerar, en su Geografía del cante jondo, que “cantar es para los andaluces un modo de hablar como otro cualquiera”.Y un erudito, llamado Rafael Guerrero, escribía en su libro de Canciones Populares Españolas que “el cante del pueblo es algo más grande que una poesía breve confeccionada por el capricho de rimar cuatro versos; el canto del pueblo no es tampoco la labor coqueta y atildada del poeta de los salones, ni la vibrante estrofa que en el Ateneo conmueve al auditorio y en la escena levanta tempestad  de aplausos.

El canto del pueblo es más modesto en cuanto a sus aspiraciones, pero es más grande, más sublime y más importante por lo que tiene de arte y de sentimiento… La poesía popular nace en medio del arroyo, pasa a los labios del cantaor de flamenco y anima, alegra y conmueve a esa masa que se llama pueblo y que se compone de las tres cuartas partes de la humanidad… Es un grito del alma, que le presta ritmo, cadencia, armonía, y al salir de los labios produce indignación, celo, algazara, cariño; es algo así como un quejido, cundo indica tristeza; una carcajada, cuando manifiesta desprecio; un beso pasional, una puñalada, un grito de alegría; es todo en fin, porque todo lo expresa maravillosamente”.

Sería cansado traer aquí otros muchos testimonios sobre la profundidad y la filosofía de las coplas flamencas, pero bástenos terminar con otras dos citas, recogida la primera del erudito G. Núñez de Prado, en su libro biográfico de Cantaores andaluces, publicado en Barcelona, en 1904, quien decía  que “desde el corazón que se queja en una seguiriya, horriblemente dolorosa como el hipo de la agonía, hasta las entrañas que vibran un himno de triunfo en la malagueña, que se engalana con las espirales del rayo, hay el abismo que separa al brindis de la blasfemia. El que logre encontrar ese abismo y medir todas sus inmensas profundidades en el estrecho espacio de los ocho versos de dos coplas, puede decir que siente el canto meridional”.

     La segunda cita la sacamos a la luz de un artículo publicado por el autor de la monumental obra Los Toros, José María de Cossío, en la prensa madrileña, el 11 de mayo de 1956; quien afirmaba  “que es el cante jondo la expresión  musical más directa, espontánea y personal. El instrumento, la voz humana, que por su calidad y belleza de sonido es fundamental en todo canto, tiene importancia muy relativa en éste. Una manera personal y directa de transmitir el sentimiento, una interpretación popular de la intimidad, dolorida más veces que jocunda, dentro de un ritmo constantemente en riesgo de interrupción , o por la sobriedad que llega a la emoción balbuciente, o menos veces por el arabesco retorneado por esa misma emoción, son la base de su estética y el sistema de su contagiosa eficacia. En el cante la voz se quiebra más veces que se extiende, amenaza constantemente su ruptura, y cuando ya parece inminente, el cantaor recupera el hilo tan sobriamente melódico y por él es conducido hasta la última cadencia”.

Pero mejor y antes que todos, ya lo dijo Rodríguez Marín en su conferencia sobre La copla, pronunciada en el Ateneo madrileño, el 6 de abril de  1910: “son principales cualidades de la copla la espontaneidad, la claridad y la sobriedad”. Lo demás, la música, la pone la voz de la persona que canta”.

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