La crítica · Rubén Olmo

La agonía eterna de Olmo

  • El bailaor sevillano acerca la danza obsesiva de Edgar Allan Poe al teatro Villamarta.

Ahondar en la última fase de la vida y obra de Edgar Allan Poe es un reto complicado y atrevido, no por nada, sino porque hablamos de un etapa sinónima de pesimismo, de obsesión, y de delirio, tres sustantivos que se ven reflejados plenamente por Rubén Olmo en 'La tentación de Poe'. De principio a fin, el ambiente tétrico y de desesperación se apodera de la escena, con un bailarín sevillano en un papel interpretivo excelente. Es, junto con la coregrafía, lo mejor de un espectáculo simbolista y donde la danza contemporánea impone su ley.

Evidentemente, si hay alguien capaz de sostener una propuesta de español contemporáneo con tal firmeza ese es Rubén Olmo, sin lugar a dudas, uno de los bastiones de esta disciplina. No obstante, cuando se abusa de la primera persona es fácil caer en la monotonía hasta el punto de estropear todo lo conseguido con anterioridad.

Cierto es que elegir a un Allan Poe decrépito y superado por la adversidad condiciona mucho el proceso creativo cerrando posibilidades para desarrollar otro tipo de caminos. Quizás sea el principal problema de la última creación de Olmo, que acaba en un callejón sin salida del que ni el público ni él pueden salir, de ahí que muchas de las ocho escenas en las que se estructura la misma se asemejen demasiado y eso, induce al aburrimiento.

La introspección por la que se mueve el artista se complementa a las mil maravillas con un trabajo musical perfectamente equilibrado y donde el violín de Bruno Axel, el cello de Sancho Almendral y sobre todo la percusión de Agustín Diassera (excelente el número en el que la máquina de escribir se utiliza como instrumento musical) crean un ambiente lóbrego, ideal para los planteamientos que sugiere el autor.

En este deambular por la inestabilidad, Rubén Olmo ha recurrido a una bailarina que conoce bien, Sara Vázquez, con la que ha coincidido en montajes como Metáfora y Tranquilo Alboroto. Vázquez imprime elegancia a la escena, como lo demuestra en el paso a dos que ambos construyen en los primeros pasajes, y se convierte durante toda la obra en el punto de apoyo de Poe, su añorada Virginia Eliza Cleimm, ya por esta época fallecida de tuberculosis.

No es el único instante en el que la riqueza expresiva del sevillano fluye por la escena. También lo hace en la coreografía conjunta titulada 'La ciudad' en la que se rodea de catorce alumnos del Centro Andaluz de Danza; pero sobre todo en la metáfora del último libro de Poe, El Cuervo, ese agorero que anticipa la muerte y que aquí se representa bailando por seguiriyas con bata de cola negra y con la voz de Juan José Amador de fondo.

Baile

La tentación de Poe

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