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Festival de Jerez

Más grito que gesto

El primer aplauso del XIV Festival de Jerez, a petición de la dirección, fue para Fernando Terremoto, cuya prematura muerte hace sólo unos días ha sobrecogido a todos en el arranque de una nueva edición de la muestra en la que debía haber sido uno de sus grandes protagonistas. Aunque, como diría aquel, el show necesariamente debe continuar.

Después del emotivo gesto -preludio, ojalá, de homenajes por venir-, el telón se alzó anoche en Villamarta con el Ballet Flamenco de Andalucía y, pese a las malas vibraciones previas por mor de lo visto y vivido hace dos años con un infumable Romancero gitano, la enésima revisitación del universo lorquiano, como gran superproducción pensada casi en exclusiva para el disfrute, ni desentonó, ni decepcionó.

Es cierto que la nueva propuesta del fértil tándem Hoyos-Plaza, Poema del cante jondo en el Café de Chinitas, entretiene. Y lo hace, a priori, sin más pretensiones. Distrae, sobre todo, ayudada por unas transiciones ágiles; por una excelente escenografía, que recrea al milímetro el ambiente y los personajes que pululaban por cualquiera de aquellos míticos cafés cantante; y por un movimiento escénico pulido a base de oficio, a pesar de la aparatosa y barroca puesta en escena. Desde la presentación del Café Cantante por La Parrala y el Anda jaleo inicial, hasta las Sevillanas del Siglo XVII y El Vito, las entradas y salidas de escena se suceden sin solución de continuidad, con un tempo endiablado que propicia que, pese a lo repetitivo de ciertos números, el espectáculo en ningún momento decaiga en ritmo e intensidad, lo cual se agradece.

Empero, no es menos cierto que a la hora de hablar de emociones, de pellizco, el montaje se derrumba como un castillo de naipes ante el más leve soplido. El recurrente mundo poético del de Fuentevaqueros, sobado hasta la saciedad como si no hubiera otro autor sobre la faz de la tierra, se entremezcla con cierto aire de pastiche que funde por momentos instantáneas de Fuenteovejuna, la cumbre de Gades, con el estilo Távora, habría que recordar aquí la parte dedicada a la saeta (sobresaliente aparición de Vicente Gelo). Referencias, en todo caso, que no deberían desmerecer la propuesta si es que ésta pudiera transmitirnos ese alma del que generalmente adolecen los espectáculos ideados para el gran público, para gustar a la amplia mayoría.

En los momentos en los que el abrumador espectáculo respira, por ejemplo cuando David Carpio encara con desgarro agujetero los versos por seguiriyas del poeta, le canta por soleá a Patricia Ibáñez, o cuando Mariano Bernal, primer bailaor de la compañía pública de danza, mece El silencio y el grito, dibujando con las puntas de sus botas en el escenario del Chinitas, uno tiene la certera impresión de que este nuevo acercamiento a la obra más jonda de Lorca despega.

Rápidamente se diluye el efecto cuando aparecen en tropel sobre las tablas una legión de atletas de la danza -catorce hombres y mujeres en el cuerpo de baile- que suceden sus coreografías combinando pasos a dos, a tres, números corales, movimientos sobre mesas... Todo milimétrico y vertiginoso, masivo, efectista, colorista y vestido con las herramientas mecánicas e infalibles de la comercialidad. Tan perfecto que no puede ser cierto.

Con el guión musical del guitarrista Pedro Sierra, que introduce acentos más coetáneos a las Canciones populares de Lorca y, en general, a la partitura que entreteje la sucesión de estilos flamencos, la Hoyos aparece una vez más en contadísimas ocasiones, dejando unas pinceladas que, en honor a la verdad, aportan demasiado poco a una producción grandilocuente que, curiosamente, difiere de manera radical del concepto que manejaba el poeta. Consideraba Lorca que "de expresar yo algo flamenco, sería la soleá o la seguiriya gitana, o el polo o la caña, o sea, lo hondo, lo escueto, el fondo primitivo del andaluz, la canción que es más grito que gesto". Esta adaptación de su Poema del cante jondo, trufada con la recopilación de Canciones populares que nos legó junto a La Argentinita, es justamente lo contrario. Un alarde sin mesura. Un musical flamenco suntuoso y recargado que acumula tanto derroche de dinero y recursos como escasez de carga reflexiva y conmoción.

Ballet Flamenco de Andalucía. Baile: Cristina Hoyos, Mariano Bernal. Cuerpo de baile: Cristina Gallego, Rosa Belmonte, María del Mar Montero, Patricia Ibáñez, Zaira Santos, Marta Arias, José Luis Vidal, Jesús Ortega, Jacob Guerrero, Javier Crespo, Daniel Torres, Abel Harana, Juan A. Jiménez. Cante: Fabiola, Vicente Gelo, David Carpio. Guitarra: Andrés Martínez, Ramón Amador. Percusión: Roberto Carlos Jaén. Guión: José Carlos Plaza. Coreografía: Cristina Hoyos. Música: Pedro Sierra. Espacio escénico: Francisco Leal. Iluminación: Francisco Leal, Paloma Contreras. Vestuario: Pedro Moreno. Voces grabadas: Israel Frías. Vídeo: Marco A. García, Miguel Franco. Dirección escénica: José Carlos Plaza. Día: 26 de febrero. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno.

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