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Las primeras grandes figuras del baile (3)

Bailaora del siglo XIX, Salud Rodríguez, sevillana de nacimiento, murió en Madrid, en el siglo XX. Era hija del tocaor El Ciego y fue discípula de La Cuenca. Todavía era una niña cuando debutó profesionalmente en el célebre Café Silverio de su ciudad natal, vestida de majo. En opinión de Fernando de Triana: “En la ejecución de pies era muy notable, haciendo muchos de su propia cosecha, muy difíciles de ejercitar. Una vez compuesta la figura recorrió toda España y triunfó, y al caer en Madrid se la apropiaron los madrileños”. Su primera actuación en Madrid, fue en 1895, alternando con La Coquinera. Según Antonio de Bilbao: “Salud Rodríguez, vestida a la jerezana y metida en zapateado, era un monumento de la raza”. En 1902, con su hermana Lola, actuaba en el sevillano Café Filarmónico, anunciadas como Las Hijas del Ciego. Y algo muy importante. Fue maestra de El Estampío.

   Otra rutilante bailaora, Juana Vargas, La Macarrona artísticamente, nació en Jerez, concretamente en 1860, y falleció en Sevilla, en 1947. Se le considera la bailaora más importante de su tiempo. Descendía de los cantaores Tío Juan y Tío Vicente Macarrón. Sus inicios profesionales tuvieron lugar en Jerez, pero a los ocho años le contrataron para bailar en el sevillano Café de La Escalerilla, para pasar seguidamente al malagueño Café de Las Siete Revueltas, donde actuaría dos años consecutivos. A continuación pasó a Barcelona, actuando en sus cafés cantantes. Luego reapareció en Sevilla, en el importante Café El Burrero. En Madrid debutó en el Café Romero. Y en 1889, debutó en París, en el Gran Teatro de la Exposición, volviendo en 1912, para ofrecer un solo recital. A partir de entonces recorrió la geografía española formando parte de espectáculos diversos, entre ellos “Las calles de Cádiz”, representados en teatros y salones.

Fernando el de Triana, en su libro “Arte y artistas flamencos”, comenta así la personalidad de La Macarrona: “Esta es la que hace muchos años reina en el arte de bailar flamenco, porque la dotó Dios de todo lo necesario para que así sea: cara gitana, figura escultural, flexibilidad de cuerpo, y gracia en sus movimientos y contorsiones, sencillamente inimitables. Con su mantón de Manila y su bata de cola sale bailando y hace después de unos desplantes la parada firme para entrar en falseta, queda la cola de su bata por detrás en matemática línea recta; y cuando se da la vuelta rápida con parada firme, quedan sus pies suavemente reliados en la cola de su bata, semejando una preciosa escultura colocada sobre delicado pedestal. ¡Esta es Juana La Macarrona! Todo cuanto se diga de su arte es pálido ante la realidad. ¡Viva Jerez!”. Indiscutiblemente, la gitana jerezana, también glosada por otros  críticos, fue la gran figura de una época, entre los siglos XIX y XX,  espacio de tiempo sumamente importante del flamenco.

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