Pasarela

Un banquete al milímetro

  • Los almuerzos o cenas oficiales en el Palacio Real se sirven a la rusa (por la izquierda, con una fuente) y ni el menú ni el protocolo pueden tener significado religioso

Cena o almuerzo de gala en el Palacio Real. Toda la pompa del Estado en honor de un mandatario extranjero. Y en la sombra, muchas horas de trabajo anónimo. Ésta es la trastienda, lo que nunca se ve, de esas grandes ceremonias.

Media docena de veces al año el Palacio Real de Madrid deja de ser un museo y se convierte en la casa del Rey. El monarca español invita a una cena de gala a un colega extranjero. Por primera y última vez: sólo se considera viaje de Estado uno por mandato. El honor nacional está en juego. El gran teatro alza el telón. El Palacio Real nunca ha dejado de ser la casa de Su Majestad. Pero Juan Carlos I optó al principio de su reinado por ocupar una vivienda más discreta: la Zarzuela, antiguo pabellón de caza de los soberanos. Felipe VI, por supuesto, ha seguido la senda marcada por su padre. Mientras, la residencia de los Reyes de España durante siglos se ha mantenido en estado vegetativo. 800.000 personas la visitan cada año. Pero no tiene inquilinos. Alfonso XIII fue el último. Hay dudas sobre si Manuel Azaña, presidente de la II República, lo llegó a habitar. Don Juan Carlos I, hoy el Rey Emérito, nunca ha pernoctado allí. Felipe VI y Doña Letizia, tampoco.

La vajilla oficial lleva grabadas las iniciales de los Reyes eméritos

Cómo se han logrado compaginar las visitas turísticas con los actos de Estado es uno de los mayores logros en el Palacio Real. Buckingham, por ejemplo, se visita sólo quince días al año, y el Palacio de Estocolmo tiene un único día gratuito, mientras que en este palacio la entrada es gratis todos los miércoles.

Una maquinaria bien engrasada comienza a funcionar en el momento en que Zarzuela comunica a Patrimonio Nacional, el organismo que gestiona los bienes históricos que en tiempos constituyeron el Patrimonio Real, la celebración de una cena de gala. Tras la llamada, la actividad se vuelve frenética en la planta cuarta de palacio. Lo que hasta la década de los 40 eran viviendas del personal palaciego, hoy albergan talleres que conservan un cierto aire de patio de vecinos. En el comedor de gala, gran escenario de la representación, inaugurado en 1879 con motivo de la boda de Alfonso XII con María Cristina de Habsburgo, los empleados trabajan en semipenumbra. No se abren las ventanas: la luz es el peor enemigo de tapices y entelados. No se encienden las lámparas: las 896 bombillas elevarían la temperatura de la estancia. Todo el escenario es supervisado por Francisco López Bermejo, conserje mayor desde hace doce años, a diario encargado del personal y en dichas ocasiones especiales transmutado en hombre del Rey en Palacio. Acompañará al monarca a su llegada a casa y, dentro del comedor, adivinará todas sus necesidades.

La mesa, altar regio de la ceremonia, no es ningún tesoro artístico, sino quince tableros soportados por borriquetas. 60 metros de longitud. Esos paneles de madera se cubren con fieltro y sobre él con cinco manteles de hilo de 12 varas (una vara es algo menos de un metro). A continuación se colocan los centros de mesa que albergarán las flores. Dos operarios suben descalzos a la mesa y colocan con precisión las enormes corbellas de plata con las armas de Alfonso XIII, y diez candelabros de plata de los 38 que encargó Alfonso XII a la firma Christoffle. A continuación se sitúan los servicios de mesa con las manos enguantadas. Los platos, a cuatro dedos del borde de la mesa. A los lados, los cubiertos, la cuchara de postre de plata sobredorada. A cuatro dedos del plato, cinco copas: licor, jerez, blanco, tinto y agua; cuatro dedos por delante, la copa de cava.

La lampara central del comedor marca el medio de la mesa, donde se sentarán los Reyes uno frente al otro. El respaldo de sus sillas es unos pocos centímetros más alto que el de las demás. Don Felipe nunca se sienta de espaldas a la ventana y la Reina debe estar frente a la puerta por donde entra el servicio. A la derecha del Rey se distribuyen 29 puestos y 30 a su izquierda. La Reina tendrá 30 y 30. Cada comensal dispondrá de unos 60 centímetros de espacio.

Ni el menú, ni la decoración, ni el protocolo pueden tener significado religioso o histórico que moleste al ilustre invitado. Zarzuela suele pedir que los centros de mesa no sean altos, para que no impidan la visión de un lado a otro de las mesa; que no sean flores con aroma, como las gardenias o los nardos; que no manchen, que no encierren simbolismos, y que no se repitan.

La comida se sirve a la rusa: se ofrece la fuente al comensal por la izquierda para que se sirva. Primero, a los Reyes y luego a sus invitados. El vino, por la derecha. El Palacio Real dispone para sus eventos la tradicional vajilla y la cubertería de plata con las iniciales grabadas de los Reyes Eméritos que han sido utilizadas en los últimos años. Tanto los platos como los cubiertos y vasos llevan las iniciales de Don Juan Carlos y Doña Sofía en el siguiente orden: JSC. En la parte superior del grabado figura la Corona Real española. Se trata de una de las 'marcas' del reinado de Juan Carlos I que todavía perdura pues cambiar todo supondría una gran inversión económica que Felipe VI no ha visto necesaria todavía.

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