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Tierradenadie

Ausencias

Y, sin que yo lo quiera, no estás… Son esas personas queridas, amadas… esas que estuvieron en nuestra vida, que formaron parte de ella, de lo que entonces fue y de lo que, desde entonces, sería. Se fueron casi sin avisarnos, en cualquier caso, sin darnos tiempo a prepararnos para asumir nuestros días sin ellas -¿se puede alguien 'preparar' para eso…?-, sin concedernos vez para atisbar cómo serían las largas noches sin el calor de su cercanía. Se fueron… nunca entendimos porqué, ¿por qué ellas…? Tan fuera de tiempo, aunque su tiempo llegase.

Buscamos respuestas tratando de hallar consuelo… ¡vano intento! No hay respuesta para la soledad inmensa que te incapacita cuando alguien que lo fue todo, no está; ni vida capaz de llenar, más que huecos, abismos, esos en los que se ahoga la esperanza, se entierra la ilusión y desaparece la alegría.

Será la fortaleza de la fragilidad que nos condiciona, la que hace posible seguir. Será el instinto de vida, por entonces oculto y olvidado, el que nos permite no caer, agarrándonos a lo que quiera que sin buscar encontremos, no sé…

Sé que es entonces, cuando alguien que no debió marchar lo hizo, que empezamos a palpar los distintos tonos de las muchas facetas con las que el dolor y la pena se esconden, acechan y nos dan caza.

Sin irnos dando mucha cuenta, pero siendo muy conscientes de un sufrimiento adherido al alma, los días vuelven a aparecer después de las noches. Buscando calor detrás del frío, encontramos, tal vez, una mano amiga, recuperamos una caricia perdida; ansiando la luz que olvidamos hallamos el sosiego de un sentimiento leal, tal vez el consuelo de una palabra sentida… Entonces la vida parece volver a fluir, pero… no fue ella quien dejó de hacerlo: el mundo no se detiene, por muchos que sean los trozos en los que tu corazón se haya roto… Somos nosotros los que vamos, ahora, regresando a ella, a la vida; somos nosotros los que fluimos, los que nos adaptamos. "¡Sé agua, amigo mío!" -dijo Bruce Lee-. El agua adopta la forma del recipiente que la contiene, nosotros lo hacemos con la vida en la que vivimos. De no ser así, de no fluir, la vida se nos iría por el desagüe del desengaño, la tristeza y la frustración; no queda otra. Y, para que sea así, el amor y la amistad son los catalizadores que harán posible lo que no lo parecía. Ellas, esas personas a las que amamos, las que nos dejaron huérfanos de sentimiento, las que nos hurtaron, sin querer, el anhelo por compartir lo mejor de nosotros con ellas, las que parecieron condenarnos a la sombra de su ausencia; querrían que así fuese, ¡seguro!

Nunca es pronto para abrazar, que no sufrir, el recuerdo de quien no querríamos tener que acordarnos. Hay que cerrar esa herida que no se cierra para, al menos, dejar atrás el daño doloroso y cruel de un ayer que no podremos volver a hacer hoy. Tenemos que cambiar un "si hubiera…" por un "te quise, te quiero y te querré". Hay que fluir…

Añoramos su cercanía, extrañamos su contacto, suspiramos por una sonrisa de su gesto amable, nos duelen todas y cada una de las veces en que, aún sintiéndolo, no les dijimos "te quiero…", "te amo…", es, que le vamos ha hacer, nuestra humana condición, ya saben: sólo cuando perdemos a alguien, o algo, sabemos con claridad lo mucho que nos importaba.

La desconcertante brevedad de nuestras vidas nos impone acelerar la capacidad para recuperar lo único que las hace hermosas: que la felicidad sea una opción posible. Hay que amar su ausencia como las amábamos a ellas, a esas personas tan especiales que contribuyeron a que hoy seamos quienes somos. No lo conseguiremos nunca, ¡volver a vivir!, si no lo hacemos.

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