Jerez

Azúcar amargo

  • Recuerdos, apuntes y anécdotas de una historia de opulencia y desolación · La fábrica de Guadalcacín cierra tras 40 años, los mismos del esplendor de un sector

- "¿Cómo está el campo, don Fermín?", le preguntaba Franco a Fermín Bohórquez Gómez en sus reuniones en El Pardo. Estas conversaciones molestaban al ministro de Agricultura de turno, pero Franco siempre replicaba que debía escuchar todas las opiniones. Las conversaciones eran frecuentes. En cierta ocasión, Franco le comentó su idea de poner en regadío toda la superficie cultivable de la región. Su hijo Fermín Bohórquez Escribano fue enviado a estudiar a Inglaterra pero cuando volvió a Jerez aprendió de su padre la cría de reses bravas, el arte del rejoneo, el cultivo del trigo, la remolacha o el algodón: "A mí todo me lo enseñó mi padre. Fui hijo del pionero de la agricultura moderna en España. Él trajo a este país las nuevas variedades de trigo, importó desde los Estados Unidos la primera cosechadora, fue el primero en cambiar el ciclo de los cultivos sembrando en septiembre en lugar de enero y también introdujo el uso de herbicidas".

Fermín Bohórquez Gómez, el respetado agricultor y ganadero, fue medalla al Mérito Agrícola y al de la Beneficiencia, su empuje e iniciativa impulsaron el campo en la provincia y su intervención fue providencial en la instalación en Jerez de la fábrica de Ebro, compañía en plena expansión por aquel entonces, como veremos más adelante.

El campo en los sesenta atravesaba por buen momento. Destacaba el algodón. El cultivo de algodón, muy extendido en esos días, proporcionaba ingentes contratos en cuadrillas de centenares de hombres y mujeres. Salvador Pineda, 53 años en el campo, 'rebelde' desde niño y ahora destacado responsable provincial en la organización agraria COAG, vivió esa profunda transformación en el campo. Como su padre, también trabajó duro en la remolacha. Lo hizo en lo que llama "la azucarera de los pobres", la de Jédula, jugándose un día sí y otro también el tipo cuando sobrecargaba en exceso el remolque del viejo tractor y bajaba en punto muerto la cuesta hasta la Junta de los Ríos. "Conocí bien el campo. Desde los tiempos de miseria, donde se trabajaba a cambio de un plato de comida, esas grandes gañanías... a tiempos mejores. Nosotros no llegamos a sufrir miserias, pero tuvimos que trabajar mucho para salir adelante". Junto al cereal y el viñedo, existía una tradicional y emergente actividad remolachera con un cultivo entonces concentrado en pequeños cultivadores y, en mayor medida, en grandes apellidos, que se veían obligados a llevar sus cosechas a fábricas de Granada, la provincia pionera desde 1878 en el cultivo de la remolacha, a la sevillana de Los Rosales o a Villarrubia, en Córdoba. Si la todopoderosa Ebro implantaba una industria reduciría los enormes costes de portes a los agricultores y el cultivo lograría una espectacular expansión. Junto a este prometedor panorama, las influencias de Fermín Bohórquez y su estrecha amistad con Mariano Lozano Colás, a la sazón presidente de la compañía, harían el resto. Ebro se asentaría en Jerez, zona con reconocida tradición en el cultivo de la remolacha. Para ello, se implantaría en una zona tan ventajosa como las cercanías de la pedanía de Guadalcacín, en una zona regable de elevada potencialidad de desarrollo agrícola, cercana al ferrocarril y con un tramado envidiable de comunicaciones. En este empeño se pusieron todos los medios.

Mariano Lozano, hombre de enorme astucia, envió en 1965 a un campero para negociar los terrenos de 33 hectáreas sobre los que se asentaría la fábrica, cercanos a la casa de retiro de Pozoalbero y por entonces bajo propiedad del Opus Dei. Ebro no descubriría sus cartas, se decía Lozano. El mayeto habló con los responsables de Pozoalbero pero en ningún momento se refirió a la industria. Haría un criadero de gallinas y pollos en libertad. La institución religiosa cerró el trato. Hubo además una compra añadida a un pequeño grupo de parcelistas de la zona, que cedieron comandados por su portavoz, 'El Cordobés', taxista con licencia número 88, y entre los que estaban la 'familia Raja', que componían una viuda y sus cinco hijas. En 1967 la Administración autoriza el cierre y traslado de la azucarera del Gállego (Zaragoza), filial de Ebro, hasta Jerez. La construcción de la nueva fábrica se inicia en 1967 bajo la dirección del ingeniero Javier Alberdi y pasa a llamarse Azucarera de Guadalcacín. Rafael Blanco Ratia, hoy con 66 años a las espaldas y 26 de vida laboral en la fábrica de Guadalcacín, recuerda aquellos días: "Trajeron, pieza a pieza, toda la industria del Gállego: molinos, tachas, secaderos de pulpa y azúcar, calderas... Era una gran apuesta. La fábrica iba a revolucionar el cultivo de la remolacha y sus beneficios en mano de obra se hicieron notar en un sector en el que el empleo es constante en todo el año entre el cultivo y la industria. El azúcar era además, por entonces, un sector muy protegido, con ayudas a agricultores, fábricas y transportistas. Se convirtió en un cultivo muy rentable".

El 9 de julio de 1968 se inaugura oficialmente la azucarera de Guadalcacín. Preside una legión de autoridades el ministro de Industria, Gregorio López Bravo, el ministro muerto en aviación en 1985. Hace de anfitrión el alcalde Miguel Primo de Rivera. Monseñor Cirarda inaugura las instalaciones. Paradójicamente, ni Fermín Bohórquez ni Mariano Lozano, los dos hombres que, codo con codo, lucharon con más ahínco por levantar la fábrica, asisten al acto por problemas de enfermedad. La prensa local la define como la fábrica más grande e importante de España. Tiene una capacidad de molturación de 4.000 toneladas y una producción diaria de más de 9.000 sacos de azúcar, 5.500 de pulpa y 200 toneladas de melaza.

Pese a su inauguración oficial, la fábrica ya había empezado a trabajar. Un mes antes, la azucarera comenzó su primera campaña molturando 299.833 toneladas de remolacha y obteniendo 46.652 toneladas de azúcar, cifras ambas que supusieron el récord de molienda y producción de azúcar en España. Sólo un año después, la Sociedad General Azucarera abría la factoría del Guadalete o El Portal y en 1970, la azucarera de Jédula, adscrita a la Compañía de Industrias Agrícolas, iniciaba su primera campaña. Jerez sentaba los primeros pasos hacia el 'boom' de la remolacha sin posibilidad de atisbar entonces lo duro de su futura caída.

Pese a su trascendencia, la noticia sobre la inauguración de la azucarera de Guadalcacín pasó casi desapercibida en Jerez, más preocupada esos días en los festejos populares y multitudinarios que siguieron al ascenso del Jerez Industrial a la división de plata del fútbol español. Los homenajes a los jugadores y al presidente de la entidad, Eduardo García Gutiérrez, se sucedieron. Antonio Barbadilllo y García de Velasco tomaba posesión como presidente del Consejo del 'jerez', despuntaban los planes del desarrollismo de Primo de Rivera con la modernización de viviendas en el pago de La Serrana, el público seguía con ávido fervor los riesgos por los que atravesaba el convento de las Siervas de las Hijas de María, asistía al éxito de los ciclomotores Torrot y las sorprendentes autorradios que vendía Sabino Hoces y, ya para un público más frívolo, la prensa obsequiaba con las novedades de la XXI Fiesta de la Vendimia y el nombramiento de una jovencísima Sofía Domecq y Urquijo como reina del festejo.

Eran también los tiempos de los sindicatos verticales, representaciones corporativas de los trabajadores que jalonaron la vida laboral del franquismo. En Jerez, el sector de la remolacha dispuso desde principios de los setenta con la Federación Provincial del Azúcar, donde se agrupaban las representaciones de la industria y la agricultura. Uno de nuestros hombres, Rafael Blanco, un luchador ahora desencantado, dedicó mucho tiempo y esfuerzo como representante de los agrícolas y se mantuvo como vocal del consejo permanente hasta 1976.

Manuel Becerra Barba ha sido alcalde socialista de la pedanía de Guadalcacín durante cerca de dos décadas. La historia de Guadalcacín, uno de los núcleos económicos más importantes nacidos al amparo de los procesos de colonización de los años cincuenta, ha ido por tanto ligada a los cuarenta años de la industria. El pueblo aportó buena parte de los 90 obreros fijos y 250 eventuales de que dispuso la factoría en sus comienzos. Los hermanos Capote, los Jurado, los Saborido, los Carrasco o los Hurones fueron algunas de esas familias que, con su esfuerzo, pusieron en pie los planes de la compañía Ebro.

"Durante muchísimos años, los vecinos nos acostumbramos a convivir con una actividad industrial que nos reportaba mejores condiciones económicas, pero al mismo tiempo advertimos que esa actividad generaba grandes problemas de contaminación en el pueblo, muy especialmente en épocas de campaña". Desde un principio, la factoría se implicó en todo lo referido al poblado. Junto a la industria, Ebro dispuso la construcción de viviendas para empleados y directivos. El tiempo estrechó las relaciones y no hubo acto social en Guadalcacín en el que no se volcara la compañía. Cuando Manuel Becerra llegó a la Alcaldía, las relaciones entre vecinos y la industria se encontraban en su peor momento. A partir de los años ochenta, las dos mil almas que por entonces poblaban Guadalcacín habían declarado la guerra a la azucarera. Los problemas de olores y plagas de insectos procedentes de las balsas de decantación, situadas a sólo un centenar de metros del casco urbano, desataron continuas protestas y manifestaciones. Becerra trató de poner paz y dar arreglo a la situación que heredó de su anterior correligionario, Salvador Ruiz Tejada. Don Armando, por aquellos años director de la fábrica, se mostró accesible y dialogante desde un principio. Ebro puso entonces en marcha un plan de inversiones que contemplaron importantes actuaciones para la modernización de la factoría y al mismo tiempo la corrección de los niveles de contaminación que se estaban produciendo en el entorno. Al tiempo, la compañía desmontó las balsas de decantación y trasladó, a través de bombeo, las aguas a terrenos próximos a Mesas de Asta. Problema resuelto.

La factoría de Guadalcacín fue concebida a partir de la fábrica del Gállego pero con la idea de acoger ampliaciones y reformas posteriores que se pusieron en marcha a poco tiempo de su entrada en funcionamiento. Estas reformas comenzaron con la instalación del laboratorio de pago por riqueza, y se han prolongado hasta hace pocos años. Las inversiones en mejoras prosiguieron durante años en la factoría que, junto a las del Guadalete y Jédula, convierten en determinadas campañas a la provincia, caso de la de 1972-1973, cuando se contabilizaron cerca del millón y medio de toneladas, en una de las primeras zonas productoras del país.

Hoy día, cuarenta años después de que el ministro López Bravo inaugurase la fábrica más modernas y avanzada del país, la historia ha deparado para el sector su más oscuro panorama. De la explosión y la riqueza, a su momento más crítico: La remolacha está tocada de muerte.

La herencia que ha dejado en la zona la reforma de la OCM del azúcar auspiciada por Bruselas no puede ser peor: Caída de la producción, recorte del precio de la remolacha en un 40%, cierre de las plantas de Guadalcacín y La Rinconada, centenares de remolacheros sin actividad, decenas de trabajadores sin empleo, proveedores de fitosanitarios, transportistas y empresas auxiliares sumidas en la incógnita, un tejido industrial acabado. Dice Salvador Pineda que los únicos responsables "son las políticas comunitarias que, a la hora de plantear la OCM del azúcar, no han tenido en cuenta nuestro potencial económico ni todos los años de investigación, inversiones y esfuerzo. Pintamos muy poco en Bruselas". La última campaña no ha sido rentable para el agricultor: "Se pagaron 32,82 euros por tonelada. Al agricultor le cuesta dinero producir". José Manuel Díez, presidente del Grupo Remolachero en Cádiz, también ha dado la voz de alarma: "Un desastre para los cultivadores" y ha pronosticado que la desaparición del cultivo acabará con cerca de dos mil empleos. ¿Qué se ha hecho para evitar lo que finalmente ha ocurrido?, se pregunta Julián Villanova, dirigente de la UGT. Algo hay bueno: la compañía Ebro no se ha escondido y se ha comprometido a recolocar a sus empleados de la planta de Guadalcacín.

Cuarenta años después, la remolacha ya no es rentable. Está tocada de muerte, al borde de su desaparición. Quién se lo hubiera dicho hace cuatro décadas al bueno de don Fermín.

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