Jerez, tiempos pasadosHistorias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

Juguetes y juegos de ayer y hoy

  • El autor hace un recorrido por las antiguas tradiciones del día de Reyes y rememora los juguetes que, en tiempos menos boyantes que los actuales, recibían los niños jerezanos

Pasaron las fiestas navideñas y también pasó por nuestras calles la cabalgata que todos los años, por estas mismas fechas, nos trae a los Reyes Magos de Oriente, sembrando ilusión en el corazón y en la mente de todos los niños. Y a muchos de ellos les habrá dejado modernos juguetes, con los que vivir un año más jugando. Video-consolas, en su mayoría, y otros inventos, para que nuestros niños se entretengan, un día y otro, ante la pantalla del televisor o del ordenador. Es la moda, supongo. Aunque imagino que a otros niños, a los más pequeños, los reyes les habrán dejado juguetes más tradicionales, como pelotas, muñecas, rompecabezas, arquitecturas, trenes, etc. Y a otros, inevitablemente, les habrán echado pistolas, espadas, metralletas de mentiriquilla, pero que no cabe duda que hacen mucho daño, en la mente de los niños. Esos juegos, por más campañas en su contra que cada año se hacen, siempre tienen sus adeptos, siendo los padres los verdaderos responsables de esos juegos que pueden engendrar violencia, en la mente de los más pequeños.

Los niños más afortunados, recibieron bicicletas y algún que otro balón; o coches, con mando a distancia; o aviones teledirigidos, con los que poder pasar un buen día de campo. Nunca, como ahora, los niños españoles, en general, y los jerezanos, en particular, disfrutaron de una mayor variedad de juguetes, donde poder elegir a la hora de pedir a los reyes. Y uno recuerda que no hace apenas medio siglo, el panorama era bien distinto. Y si nos remontamos algo más atrás, a los años de la posguerra, los fatídicos cuarenta de la jambre, el piojo verde y otras calamidades, apenas si había para una pepota para las niñas más buenas, o una Mariquita Pérez si eran de familia pudiente.

Y de aquellos grandes trenes eléctricos, que imagino que aún siguen llegando a casa de algunos niños, para que éstos jueguen con los padres, más bien pocos, para los más privilegiados.

Y uno, que ya ha entrado en esa edad en la que los abuelos hacen de mediadores, entre los reyes y sus nietos, recuerda cuando antiguamente el día cinco los niños de nuestros barrios, con las caras pintarrajeadas y vestidos estrafalariamente, usando por capa los mandiles de sus madres, recorrían las calles, disfrazados de reyes magos, cantando aquello de "somos cuatro tostaillos que venimos a dar el tostón" y pidiendo a gritos, como locos, "una chica pa jabón; una chica pa jabón", entre el ruido de tapas de cacerolas y otros rústicos e improvisados instrumentos; amén de alguna que otra trompeta o tambor.

Tradición ésta que ya se disolvió en el tiempo que, a su paso inexorable, va cambiando las costumbres y arrinconando muchas tradiciones, para bien o para mal. Y uno recuerda aquellas pelotas de trapo, hechas con retales y amarrada con una fuerte red de hilo tonto, con la que los niños más pobres jugaban en la calle, cuando los reyes no les traían ni una triste pelota de goma. Este y otros juegos eran fruto de la imaginación creativa de los niños, sobre todo de los menos favorecidos por la fortuna, a los cuales les sobraba todo lo demás, cuando jugaban por las calles del barrio, al escondite, a sal que te vi, al salto la comba, a la piola, a borricote, a raura y a guardia; entre otros juegos infantiles salidos de su rica imaginación; cuando no "a coger la calle, que no pase nadie, na má que mi agüela, comiendo ciruela; un ratito al suelo".

Las niñas jugaban al tocaté; a saltar el cordel; a la rueda, rueda; a cantar romances como el de la viudita del conde Laurel y otras lindísimas canciones, todas las cuales se han perdido con el paso del tiempo; entre otras causas, porque ya los niños y niñas no juegan en las calles ni en la alameditas, como antes lo hacían, debido a los evidentes peligros del tráfico. Uno, que ya escribió hace algunos años un libro, hablando de todo esto, echa de menos aquellas tranquilas calles de un Jerez alegre y confiado, por las que apenas transitaban coches ni motos, y en la que estos días posteriores a la noche de reyes,así como durante todo el resto del año, los chavales jugaban - ay, jugábamos - al bolindre y a muchos juegos más, para los que apenas hacía falta, nada más que mucha fantasía y una rica y candida imaginación.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios